Charnegos
Las palabras nacen, se usan, a menudo se devalúan y acaban desapareciendo. Sólo la pertinacia de algunos las mantiene a veces, generalmente para un uso concreto que reduce el inicial. Tenemos bastantes ejemplos: “buque” designaba antiguamente un espacio cerrado; hoy es una nave; el “ministro” era el que administraba; hoy es casi en exclusiva un cargo político; el “piano”, que se aplicaba a un tipo de sonido suave y poco intenso, es hoy un instrumento musical. Podríamos alargar la lista tanto como quisiéramos.
Algo parecido ocurre con la palabra charnego. La voz catalana xarnego es, según Coromines, un “término despectivo aplicado a diversos tipos de animales y personas, especialmente a gente mestiza o forastera o inadaptada al país: antiguamente designó una clase de perros adecuados para huronear; del cast., donde lucharniegos, nombre de estos perros, fue alterado en los charniegos, resultante aquél, por disimilación, de un antiguo nocherniego, ‘que va por la noche’, derivado de *nochorno, del lat. nocturnus”.
La palabra xarnego nació en los años 20, cuando se produjo hacia Cataluña un aluvión inmigratorio de grandes proporciones, inducido por las obras para la Exposición Internacional de Barcelona de 1929.
Sin el menor deseo de herir susceptibilidades, es una verdad histórica que la mayor parte de los inmigrados procedían de zonas españolas pobres e incultas, y muchos aportaban costumbres y actitudes ante la vida que contrastaban fuertemente con las de su país de acogida. En Cataluña eran fuertemente condenados socialmente hábitos como la embriaguez, la violencia o la vocinglería, y la introducción de estos comportamientos motivó inmediatamente un enfrentamiento entre los catalanes de origen y los nuevamente llegados. Este rechazo quedaba aumentado, si cabe, por algunas actitudes arrogantes, que consideraban el país de adopción como una “provincia” a cuyos hábitos, especialmente los lingüísticos, debían adaptarse los pobladores de siempre frente a los recién llegados.
Así tomó su carácter fuertemente despectivo la palabra xarnego, que siempre se aplicó a los “nuevos catalanes” con fuertes dosis de incultura, agresividad y sobre todo inadaptación consciente a su nueva patria de acogida: de ningún modo se aplicaba a los meramente castellanohablantes, ni siquiera a los inmigrados sin más. La palabra xarnego quedó siempre reservada para esta capa social más primaria. Ni entonces ni ahora ha sido jamás aplicada a toda la masa de inmigración.
Se olvida que la población catalana actual es en su mayor parte de inmigración. Cataluña, marca fronteriza, ha sido siempre tierra de paso y de acogida, como prueban los actuales apellidos catalanes, donde abundan tanto los considerados “castellanos” como los catalanes de origen[1]. Cataluña se ha nutrido siempre de la inmigración, y precisamente la lengua ha sido uno de los principales factores integradores de la población inmigrada. Hoy sus descendientes, tan catalanes como los (pocos) de origen estricto, sienten, hablan y actúan como un todo étnico, lingüístico y sobre todo identitario.
Por ello resulta sorprendente —incluso sospechoso— que muchos la hayan aplicado, incluso autoaplicado, a los inmigrados por el mero hecho de hablar la lengua castellana. Fuera por el hecho de resaltar su ascenso social, o incluso por el de promover una oposición idiomática, la palabra es asumida por muchos castellanohablantes o descendientes de castellanohablantes a sí mismos o a sus antepasados, olvidando el importante matiz distintivo que convierte la palabra en despectiva.
Es por tanto del todo improcedente que algunos catalanes inmigrados o descendientes de ellos la apliquen o se la autoapliquen indiscriminadamente. Ni Joan Manel Serrat, ni Manuela de Madre, ni Carod-Rovira han sido nunca ni mucho menos son ahora xarnegos. Adjudicarse el mote, sin duda con el deseo de resaltar su mera procedencia, es totalmente inexacto, aparte de que con ello se atribuyen una actitud ante lo catalán de origen que sin duda nunca han tenido.
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