domingo, 26 de agosto de 2012

Albert Boadella podría decirse aquello de que la inspiración le pilla trabajando


Albert Boadella podría decirse aquello de que la inspiración le pilla trabajando. Tiene proyectos para dar y tomar: por si no fuera poco programar y dirigir los Teatros del Canal, que acaban de arrancar su nueva temporada,  donde dirigirá un espectáculo musical titulado «El pimiento Verdi», en el que anda ya enfrascado, el dramaturgo y director de escena está escribiendo un libro y prepara a la vez el próximo estreno de Joglars, su veterana compañía, con la que estrenará la próxima temporada «El coloquio de los perros», su libre versión de la novela de Cervantes, dentro de la programación de la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Por eso, aunque no está en Madrid, sino en su retiro de Cataluña, se encuentra al pie del cañón, trabajando todo el verano sin parar. Y por eso atiende a LA RAZÓN, en mitad de su apretada agenda.

-Llevamos ya desde 2007 metidos en un torbellino de crisis financiera, estancamiento económico, paro, recortes... ¿Comienza a ser la hora de mirar hacia adelante y olvidar las malas noticias?
-Yo creo que los ciudadanos deberían hacer examen de conciencia, pensar que las responsabilidades es muy fácil distribuirlas sobre la Administración, los que están encima. Este examen, muy personal, es el que tiene que dar lugar a una situación distinta, a enfrentarse, a luchar frente a cualquier idea depresiva.

-¿Esa actitud, el optimismo personal de la ciudadanía, puede ser efectivo a la hora de ayudar?
-Si no hay conciencia de las responsabilidades personales, es muy dífil conseguir una actitud colectiva optimista. Por ejemplo, la cantidad de cosas inútiles que tiene en la propia casa y que han significado a menudo enormes esfuerzos para obtenerlas, solo eso ya debe inducir al ciudadano a pensar que en el futuro puede obtener fórmulas de felicidad baratas. Esta dinámica hay que estimularla y producirla desde los medios de comunicación y desde las administraciones públicas. En éstas se ha tenido un pudor de no querer responsabilizar al ciudadano, un inmenso complejo de culpa, el cual sin duda alguna tiene una parte muy motivada. Pero este complejo hace que no se le digan a la ciudadanía cosas que hay que recordarle.

-No se nos ha ayudado mucho en algunos momentos desde el exterior, y se nos ha dibujado de la peor manera. ¿Conviene recuperar la idea de España como un país capaz de afrontar retos, de renovarse, de crecer?
-La mejor imagen que se puede dar de un país es una cierta unidad. En España ya sé que unidad nacional suena a épocas pasadas, a himnos gloriosos y caducos. Pero también nos tenemos que quitar este complejo. Cuando los alemanes unen los dos partidos, dan una sensación de fortalecimiento y de unidad al margen de las ideologías. España tiene que recuperar eso. Entiendo que es muy difícil con los conflictos territoriales que tenemos montados. Pero la única probabilidad son determinados gestos, incluso a nivel de las más altas instancias, para dar la sensación de unidad, de fortalecimiento de cosas comunes.

-¿Ve  preparado al país para salir de esta etapa?
-Yo creo mucho en los anticuerpos frente a las epidemias. Por eso estoy vivo. Lo que a veces no hace la mente, lo hace la naturaleza. España es un país que ha vivido, seguramente, una sensacion de nuevos ricos y es lógico que a estos les cueste adaptarse a circunstancias distintas. Pero insisto en que no hay que abrumarse ante ello. Incluso, en determinadas cosas, en mi propio sector, por ejemplo, que ha recibido y recibe palos tremendos, hay que tomárselo como un divertimento. Yo le decía a la compañía de teatro [habla de Joglars] el otro día: hay que recuperar la furgoneta de los años 70, cargar y descargar los decorados como entonces. Es un nuevo reto que puede ser divertido. Que nadie tenga complejo de tragedia. Que la gente que está tan jodida, y hay muchos, piense que hay millones de españoles que saben de su sufrimiento y no les van a dejar en la estacada. Todo eso con una cara optimista en la jefatura del Gobierno, iría muy bien. Pero no es la mejor expresión (risas). No digo que no pueda ser eficaz, pero faltaría un carota, un tipo con jeta ahí delante.

-De todo se aprende, dicen. ¿Qué lecciones extrae de estos años?
-La lección que uno aprende es que no hay bien que veinte años dure. Hay cantidad de cosas que te han merecido interés, que te han costado caras, y que no han servido para nada. Descubres que pasar unas vacaciones modestamente en un pueblecito, con unos buenos amigos, es mucho mejor que irte a Hawai. Una parte de la ciudadanía habrá descubierto eso: la sensatez, el sentido común, que se había perdido completamente en nuestro país con toda clase de burbujas. No sólo la inmobiliaria, también la cultural.

-Dicho todo esto, ¿es optimista?
-Sí, porque creo que este seísmo que se ha producido obligará a reconstruir mejor los cimientos de la sociedad, forzosamente. Y confío en que las nuevas generaciones hagan lo que deben hacer. Yo ya he hecho bastante.

El teatro, habituado a la crisis
Es una reflexión recurrente decir que el teatro lleva toda la vida en crisis. Y, pese a los problemas, como los impagos constantes de los ayuntamientos, el público responde. «Tenemos una generación, quizá dos, que habían sido entrenadas en la dificultad, desde los años 60 y 70. Ha funcionado en todo momento una sensatez, en relación a los medios de los que uno dispone. Finalmente, ha imperado una idea de un teatro en el que la esencia está en el actor y en la construcción dramatúrgica, no en el despliegue de medios», asegura Boadella. El sector se enfrenta a una impopular subida del IVA, que añadida a un cambio de tramo supone un salto del 13% para las entradas de teatro. «Es una subida inútil: muestra una forma de hacer recortes a bulto. Es muy peligroso, porque estoy de acuerdo que hay que hacer recortes, pero cada sector, cada palmo de la vida económica y cultural española, tiene razones distintas», asegura el director, aunque matiza: «Peor que el IVA es que la diferencia entre lo que cuesta el teatro y el valor que paga el espectador está es muy alejada. Y eso crea serios problemas, sobre todo fuera de las dos grandes capitales. Es el drama de las giras.  Las compañías se han encontrado que en los ayuntamientos habían acostumbrado al maldito precio político. Eso es muy grave, porque nos han dejado desarmados, con un público no dispuesto a acercarse al valor real».

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