miércoles, 14 de noviembre de 2012

Juan Manuel de Prada (Baracaldo, 1970)


Juan Manuel de Prada (Baracaldo, 1970), fue un niño precoz, que sabía leer y escribir perfectamente con tres años. Pasó su infancia y adolescencia en Zamora. Con su primer libro, «Coños» (1995), y los relatos de «El silencio del patinador» sorprendió a la crítica por su poderosa e imbatible imaginación y su audaz uso del lenguaje. En 1996 debutó en la novela con la monumental «Las máscaras del héroe», con la que obtuvo el premio Ojo Crítico de Narrativa de RNE. En 1997 recibió el premio Planeta por «La tempestad», que fue traducida a una veintena de idiomas y significó su consagración internacional, después de que la revista «The New Yorker» lo seleccionara como uno de los seis escritores más prometedores de Europa.
Su tercera novela, «Las esquinas del aire» (2000) también fue recibida con gran entusiasmo por lectores y crítico, así como«Desgarrados y excéntricos» (2001), «La vida invisible» (2003), por la que recibió el Premio Primavera y el Nacional de Narrativa, y con«El séptimo velo» se alzó con el Premio Biblioteca Breve y el Premio de la Crítica de Castilla y León. Fanático de la lectura, «cinéfago» insomne, letraherido impenitente, tsunami literario, columnista de ABC desde hace 17 años, así como de XL Semanal, ha obtenido los más prestigiosos reconocimientos del periodismo literario (Mariano de Cavia, César González-Ruano, Romero Murube), y en sus comienzos barbilampiños en la república de las letras consiguió el Premio Café Bretón de los Herreros de Logroño con una maravillosa semblanza del poeta bohemio riojano Armando Buscarini, el «ángel custodio» de su vocación literaria. Precisamente en el manicomio de Logroño murió Buscarini.
Amante de los subgéneros literarios y del cine de serie B, publicó en colaboración con el dibujante Alfonso Azpiri una novela gráfica de asunto vampírico, titulada «Penúltima sangre». Como libros de artículos ha publicado«La nueva tiranía», «Penúltimas resistencias, una recopilación de sus entrevistas a escritores, y «Lágrimas en la lluvia», artículos sobre cine y literatura.
Cinco años después de su (pen)última novela, Juan Manuel de Prada rompe su silencio narrativo y regresa en todo su esplendor con «Me hallará la muerte» (Destino), una historia de carne y sangre. Un retrato de la España de los años 40/50, que gravita sobre el amor, el egoísmo, la pasión, la traición o el dolor. Antihéroes que anidan en un Madrid burgués y canalla, trapalandranes, que se alistaban en la DivisiónAzul [el contingente español que intenta ayudar a la Alemania nazi a derribar el muro de la Rusia de Stalin] para matar el hambre o huir del desahucio de su alma. Retrato deslumbrante de situaciones y personajes, Prada profundiza en los recodos y rescoldos más escondidos del alma humana para alumbrar la complejidad en la turbamulta.
En plena Gran Vía -Hotel de las Letras, frente a Chicote, a unas cuantas manzanas de Pasapoga- de aquel Madrid canalla y burgués dialogamos con Juan Manuel de Prada, mientras una manifestación recorre las arterias de la ciudad bramando contra los señores de negro de la banca: «¡Tenemos la solución, banqueros a prisión...!», grita extramuros la masa desbocada, mientras nos preparamos para hincarle el diente a «Me hallará la muerte».
¿Los códigos burgueses son mucho más canallescos y farisaicos que los códigos de maleantes, incluso setenta años después de aquella España turbulenta de «Me hallará la muerte»?
-Sí, sin duda. Yo creo que los ladrones, las putas, lo que podemos llamar la hez social -como para sobrevivir tienen que mantener unos vínculos fuertes entre sí-, al final y a pesar de que se dediquen al crimen y a la delincuencia creo que no han perdido la noción de bien moral. Es decir, ellos saben que se dedican al crimen, pero al mismo tiempo para sobrevivir desarrollan unos vínculos fuertes y, al final, se rigen por pasiones elementales, pero verdaderas. Esta conciencia se pierde en el ámbito más burgués, porque llevamos una vida mucho más artificiosa, y entonces al protagonista le ocurre que, cuando se tiene que desenvolver en un medio burgués, de gentes instaladas, -hay personas que no tienen que luchar por la supervivencia-, descubre que su trastienda es mucho más negra que la de los maleantes; descubre que en ellos se dan conductas morales mucho más deplorables.
-¿El dinero corrompe absolutamente?
-Sí, sin duda. El dinero y el ateísmo están íntimamente vinculados. El ateísmo crece en las sociedades más opulentas porque el dinero es un sustituto de Dios. Aquella cosa evangélica de «No podéis servir a los señores» creo que es cierta, es incompatible y, además, el dinero como es un ídolo, es decir, es un simulacro de Dios pues al final crea, para imponer su religión, una pantomima religiosa. El capitalismo financiero es algo grotesco: pensar que el dinero se puede multiplicar por arte de birlibirloque, sin ligazón con la riqueza real. Es decir, que las acciones se pueden multiplicar de hoy a mañana por dos o por diez, sin que la riqueza natural que representa se haya multiplicado. Esto es algo demoníaco, y además un parodia eucarística, o sea, la multiplicación del falso Dios. La proximidad al dinero te aleja de Dios y, por lo tanto, te va encanallando. Y, en realidad, lo que padecemos hoy, que algunos llaman crisis económica y que otros poniéndose más interesantes llaman «crisis de valores» -lo cual resulta más repugnante- es una apostasía. Lo que estamos viviendo son los efectos de una apostasía. De una sustitución de Dios por un sucedáneo, por un simulacro idolátrico.
–«Me hallará la muerte» son tres novelas en un todo, en un tsunami literario y absorbente de 589 páginas.
Juan Manuel de Prada: «Barcelona recibió a la División Azul cantando el Cara al Sol a pleno pulmón»
–La primera sería una novela picaresca; la segunda, sobre la División Azul y el cautiverio de los españoles en Rusia, de supervivencia y aventuras extremas; y la tercera (el Madrid de los años 50), una novela negra, de intriga criminal.
–La historia arranca con dos truhanes, Antonio y Carmen la cigarrera, muy simpáticos, que pueden provocar en el lector cierta identificación.
–Ellos intentan sobrevivir en un momento especialmente duro, en un Madrid recién salido de la Guerra Civil, aún con las heridas abiertas. Antonio, el protagonista, huye de la justicia y se encuentra con una guerra atroz porque el frente ruso ha sido la guerra más cruenta de la historia de la Humanidad, no solamente por el número de víctimas, que es impresionante en ambos bandos —tanto en el Ejército invasor como en el soviético—, sino por el armamento que se empleó, verdaderamente brutal.
–¿Las historias de divisionarios, por trágicas que fueran, no interesaban en ese Madrid canalla de los años 40/50?
–Muchos de los que fueron a la División Azul habían combatido en la Guerra Civil, que fue una guerra de «juguete» al lado del frente ruso. Los combates allí fueron atroces. Los españoles combatieron en un sector muy duro, sobre todo en el momento que retrata la novela: a principios del año 43 fueron desplazados para mantener la línea férrea que unía Leningrado con Moscú. En el invierno las temperaturas eran de hasta 50 grados bajo cero. Pasaron calamidades inconcebibles. Se publicaron muchos libros (el más famoso, «Embajador en el infierno», de Torcuato Luca de Tena).Ese episodio olvidado de nuestra historia lo trato novelescamente, pero con bastante fidelidad a lo que verdaderamente fue en «Me hallará la muerte».
–Sostiene usted que los españoles se comportaron con entereza y heroísmo en aquel imposible frente ruso.
–Los prisioneros españoles fueron tratados como perros, pero mantuvieron la disciplina. Hubo quienes flaquearon, traicionaron –el ejemplo del personaje Camacho en la novela–, quienes previamente desertaron, o los que al ser hechos prisioneros claudicaron y aceptaron las imposiciones de los carceleros convirtiéndose como los capos en los campos nazis. Eso hubo, pero fueron minoría.
–Y hubo quienes jamás cedieron.
–Muy numerosos españoles a quienes se les invitó a renegar de su nacionalidad y, salvo casos excepcionales, no lo hicieron; a quienes se les trató de adoctrinar en el comunismo y, salvo unos pocos casos, no pasaron a los grupos antifascistas, que se llamaban. O sea, que el comportamiento de los españoles en verdad fue muy llamativamente digno. Eso tenía que ver, por una parte, con que los oficiales españoles que fueron hechos prisioneros supieron mantener la disciplina y la unión entre los españoles, y por otra, porque los españoles eran gente sufrida, capaces de soportar presiones y penalidades.
-Antonio, el protagonista de «Me hallará la muerte», comprende recién llegado a Rusia que «los héroes carecían de otro mérito que no fuera evadirse de su propio yo».
-El heroísmo tiene que ver con abandonar el egoísmo y entregarte a una causa. Y a veces ni siquiera se hace por valentía, se hace porque no te queda otro remedio. Imagino que en unas condiciones tan extremas la única manera de sobrevivir a la angustia de aquellos combates tan inhumanos era olvidarte de todo y lanzarte a aquella vorágine de muerte y destrucción. Y eso lo experimenta en la batalla de Krasnigor, -que se describe-, momento en el que tienes que olvidarte de tí mismo: disparar, matar sin odio y morir sin duelo, que es en lo que al final consiste una guerra.
-En su novela hay una sublime reflexión sobre la asunción de la identidad.
Juan Manuel de Prada: «Barcelona recibió a la División Azul cantando el Cara al Sol a pleno pulmón»
-Lo utilizo como mecanismo novelesco. Es una metáfora sobre la dificultad que todo hombre tiene para mostrarse tal y como es. Y sobre la necesidad que todo hombre tiene para mostrarse tal y como es. Y sobre la necesidad que todo hombre tiene de ocultarse o de simular en sociedad. Es decir, la necesidad que todos tenemos para emboscarnos. En la novela hay una reflexión sobre la naturaleza moral de nuestros actos, que es un tema que ronda todo el libro. Los fingimientos, los ocultamientos, las usurpaciones del protagonista, todo eso lo hace porque así cree que va a conseguir un bien.
-¿Haciendo un mal se puede lograr un bien?
-Eso piensa Antonio. Cree que haciendo un mal se puede lograr un bien. Los medios pueden ser malvados, pero el fin bueno. Y esto es falso. Es una idea que ya está muy metida en nuestro tiempo, que a través de unos medios censurables se pueden lograr unos fines loables: es falso. A través de esos medios censurables el fin siempre será reprobable.
-¿Expía Antonio algún sentimiento de culpa?
-Es un pillo arrastrado por las circunstancias, que en Rusia sufre una devastación moral, que le encanalla y se convierte en un agujero negro que irradia nada. Pero hay un repunte de redención cuando vuelve a encontrarse al cabo de los años en Madrid con el mundo que había dejado a principios de los años cuarenta personificado en el personaje de Carmen. Al final no es capaz de renunciar a las malas artes. Él sigue creyendo que a través de un mal puede conseguir un bien.
–Antonio, el personaje central, es pues un trapalandrán.
–Esa palabra la usaba mi abuelo. No la he visto en ningún diccionario. Es un maleante, un superviviente. Logra sobrevivir en Rusia a costa de claudicar.
–¿A costa de traicionarse a él y a los demás?
–Sí. Y luego vuelve a España, y aquí tiene que volver a sobrevivir metiéndose en unos líos tremendos.
-¿Si hoy, como usted dice, nos gobiernan los «hijos del franquismo» por qué han traicionado al padre?
-Porque siempre están con el que manda. Es decir, yo creo que hay algo en la España contemporánea terrible, de sumisión al poderoso, en este caso se transforma en sumisión a un sistema de dominio de una plutocracia. Y entonces hay unas castas, unas oligarquías, que a cambio de disfrutar de los beneficios que da esa plutocracia alcanzan una hegemonía política, y eso es lo que creo que hoy estamos padeciendo. En el fondo, yo soy muy crítico con el trasvase que se produjo desde el franquismo a la democracia. Soy muy crítico porque lo que estamos viviendo hoy es una época de injusticia social extraordinaria, que no encontramos en ningún momento del franquismo, en donde los trabajadores que eran despedidos recibían unas indemnizaciones que hoy ni siquiera serían imaginables. Y en donde el capital no podía llegar a los abusos a los que ha llegado hoy. Es decir, las empresas están realizando despidos masivos mientras hay una casta de directivos, que cobran unas cantidades absolutamente enloquecedoras. Cada uno debe cobrar por las responsabilidades que asume, y en ese sentido yo no soy igualitarista.
-¿Por qué?
-La condena que la Iglesia hace al comunismo no la hace porque el comunismo sea un sistema económico mejor o peor, sino porque se da cuenta de que el comunismo no es solamente un sistema económico, el comunismo es una antropología; es una visión materialista del hombre, que desespiritualiza al hombre y lo destruye. Entonces, la Iglesia lo condena. La Iglesia no condena al capitalismo porque la Iglesia dice que el capitalismo es solamente un sistema económico, y esto es mentira. El capitalismo es también una antropología, y nos ha llevado a lo que tenemos. Chesterton lo vio perfectamente. En la época en la que se está condenando al comunismo, en los años veinte, se da cuenta de que el capitalismo no es un sistema de organización, sino que es una antropología, una visión del hombre. Y esa visión del hombre es la que ha triunfado y la que ha llevado a la situación presente.
–¿La España de aquellos años cincuenta era una España de «carroñeros sin remedio»?, como dice otro personaje de su novela «Me hallará la muerte», Cifuentes.
–Cifuentes encarna el falangismo más irredento, más ortodoxo, que consideraba que Franco había traicionado los ideales primeros de la Falange. Hubo un sector de falangistas que así lo pensó. Entonces, yo creo que esta es una de las originalidades de la novela: que la visión que se ofrece del franquismo no es ni la visión «demócrata» desde la superioridad moral, ni es la visión franquista más o menos complaciente. Es la visión crítica de este personaje —el único político desde la novela— desde la falange más acérrima. Cifuentes denuncia una serie de cuestiones que son verdaderas: es decir, el Gobierno español en ese afán de aperturismo hace una serie de concesiones a las grandes potencias de la época, que se traducen evidentemente en un alejamiento cada vez mayor de los postulados de la Falange.
–¿Traicionó Franco los ideales de la Falange?
–En algunos puntos los «traicionó», ciertamente. En la novela hay una visión poco complaciente de los democristianos y de los tecnócratas, pero creo que hay cosas en las que no traicionó. Por ejemplo, Franco tuvo muy claro que la única manera de hacer de España un país habitable era mediante la protección del trabajador. O sea, el nivel de justicia social que había en España era muy alto comparado con el que tenemos hoy. En este sentido, creo sinceramente que Rajoy debería aprender un poquito de Franco, sí, porque creo que Franco tuvo la inteligencia de darse cuenta de que España era un polvorín, y que la única manera de que España no volviera otra vez a la greña era crear unas clases medias.
-¿De qué modo?
Y para crear unas clases medias la única forma que tienes es mediante una legislación laboral muy proteccionista del trabajador. Y, en general, todo orden económico que aspire a ser estable y a no disolverse en revolución tiene que proteger al trabajador. Y esto es lo contrario de lo que hacen nuestros gobernantes, que para sostener un orden económico injusto lo que hacen es erosionar la posición del trabajador y, por lo tanto, destruir las clases medias. En España, el gran drama es que estamos asistiendo a una destrucción de las clases medias. La única manera de salvar la situación sería proteger los puestos de trabajo que todavía no se han destruido y garantizar un nivel adquisitivo a los trabajadores. Y en ese sentido yo creo que Franco fue, dentro de ese pragmatismo que le caracterizaba, muy inteligente: es decir, se dio cuenta que llegaba un país destrozado, después de la guerra, y ¿cómo puedo conseguir que España no vaya a vivir en un estado permanente de guerra?: legislación laboral proteccionista y creación de una clase media. Hay datos implacables: un trabajador que era despedido en los años setenta recibía 90 días de empleo y sueldo por año trabajado. Es un dato real. La dura realidad es que las circunstancias económicas han ido erosionando la posición del trabajador. Y Franco actuó con gran inteligencia política. Hoy, nuestros gobernantes se han convertido en marionetas de Bruselas: burócratas, que trazan gráficos y estadísticas en una tableta. En el español la sombra de Caín vaga errante, y España es un país peligroso, donde los odios atávicos perviven, y donde ciertas medidas económicas y sociales si las hace la izquierda pues hay gente que por interés ideológico las perdona, pero si las hace la derecha sirve para exacerbar los odios. España ha sido turbulenta siempre, porque el temperamento español es un temperamento apasionado. Y entonces yo creo que en ciertas medidas sociales y económicas la derecha debería ser muy cautelosa.
Juan Manuel de Prada: «Barcelona recibió a la División Azul cantando el Cara al Sol a pleno pulmón»
-¿Hubo de todo, como en botica, entre quienes se alistaron a la División Azul y retornaron con el alma hecha jirones?
-Hubo republicanos que se alistaron en la División Azul, por muchas razones. Para evitar castigos, para rehabilitarse, incluso para ayudar a sus familias, y otros para desertar: una vez en el frente pasarse a las filas soviéticas. Hubo de todo. Esto ocurrió en las últimas levas. El primer reclutamiento de la División Azul son voluntarios anticomunistas, mayormente falangistas. En ese momento, Franco se da cuenta de que la División Azul es la mejor manera sin comprometer al Estado -logrando que se mantenga neutral- de conseguir una ayuda a Alemania, que se le debía de la Guerra Civil.
-¿Cómo recibió España a los supervivientes?
-En 1954, el «Semiramis» atraca en el puerto de Barcelona con los españoles supervivientes del gulag soviético. Barcelona recibió a los divisionarios de la División Azul cantando a pleno pulmón el Cara al Sol. Esta es la realidad de España, y querer ocultar las cosas... A ningún barcelonés nadie le puso una pistola en el pecho para obligarle a cantar el Cara al Sol. Dejémonos de historias raras. España es hija de su historia, y la historia ahí está. Ese recibimiento que se le da a los repatriados se puede ver en el youtube, que es una especie de No-do de nuestros días».
-¿Barcelona era una ciudad franquista?
-No. Barcelona participó de lo que fue nuestra historia, y allí convivieron personas a quienes el régimen franquista les parecía bien, mal, medio bien y medio mal. La realidad es que durante el franquismo Cataluña y Barcelona fueron muy mimosamente tratadas por el Gobierno de Franco por muchas razones: porque consideraba que el temperamento emprendedor del catalán merecía una recompensa, pero también porque consideraba que Cataluña tenía que ser bien tratada para que no aflorasen estas tendencias disgregadoras. En «Me hallará la muerte» reflejo lo que fue ese recibimiento apoteósico, como por otra parte es natural, ya que se trataba de unos muertos que volvían a la vida, después de trece años en los campos de trabajo soviéticos.
-¿Y cómo les recibe el Gobierno de Franco?
-El recibimiento que les da el Gobierno es ambiguo.
-¿Tal vez frío?
-Tampoco. Sería yo injusto si lo dijera así. Digamos que Franco no se quiere mojar del todo. Por una parte, mostrar a unas personas que han sufrido el ensañamiento del comunismo es provechoso para España porque en ese momento la guerra fría está en su mayor esplendor. Y las potencias occidentales consideran que el enemigo es el comunismo. Pero al mismo tiempo, claro, los divisionarios habían combatido al servicio de Hitler, habían jurado fidelidad a Hitler, con lo cual eso también resultaba difícil. Es muy ambivalente la posición que se mantiene con ellos: en líneas generales es llamativo que, a pesar de que el recibimiento que se les da es apoteósico, y que en la Prensa se publica mucho de ellos y se escriben libros, es un episodio sobre el que cae el silencio.
¿Tal vez porque la División Azul se convirtió en un lastre oneroso para Franco?
–En contra de las pretensiones que existen hoy de cierta escenografía un poco chunga, Franco nunca fue un «fascista», ni mucho menos un nazi. De alguna manera, adhiere o incorpora la ideología falangista, que era una versión castiza y suavizada del fascismo, pero con peculiaridades muy españolas. La Falange es un ente de razón, no es algo que exista realmente, sino que es algo que aglutina a gente de tendencias muy diversas. Y el temperamento español es absolutamente ajeno a todo lo que tenía la ideología nazi de pagano, etc.... Cuando al capitán Palacios, en la novela de Torcuato Luca de Tena, los soviéticos le hacen prisionero y le preguntan por su filiación, él contesta: «Católico, apostólico y romano». Los españoles que van a la División Azul eran católicos, apostólicos y romanos. Entonces, ese intento de presentar a Franco como un dictador de tipo fascista es un poco absurdo. Franco es un militar, autoritario, extraordinariamente pragmático.Cuando se da cuenta de que Alemania está perdiendo la guerra da instrucciones a su diplomacia de aproximarse a los aliados. Y a sus ministros. Hay un cambio de rumbo. Serrano Suñer desaparece del mapa, es destituido, y el Gobierno español intensifica sus contactos con los aliados. Franco mantiene una correspondencia directa con Churchill, y la diplomacia española tiene relaciones con la británica, y americana. La División Azul se convierte en un impedimento en esa pretensión del régimen de hacerse aliadófilo. Y la División Azul será desmantelada.
-¿Se va a romper España por Cataluña?
-España nació con una razón de ser, que se la dio su fe.Y España se construyó sobre esa razón de ser. Y desaparecida esa razón de ser, o expulsada del ámbito político, del ámbito público, pues igual que España se construyó, España se destruirá. A España ya solo le queda deshacerse. Las religiones fundan las civilizaciones, las religiones vertebran a las naciones y a quienes hacen ese proyecto político, social, etc... les dan una razón para vivir. Y cuando eso desaparece a las naciones no les queda más que descomponerse. El separatismo es un subproducto político del liberalismo. Y es llevar el liberalismo, la soberanía popular y el concepto de nación liberal hasta el extremo. Cataluña se separa porque es el efecto inevitable de una España que ha perdido su razón de ser. Y cuando eso desaparece a las naciones no le queda más que descomponerse.
-«Me hallará la muerte» se sumerge en el Madrid de Pasapoga, que congregaba a terratenientes en noches de farra, actores de bigotillo perfilado y talle juncal, jerifaltes del Régimen con el bálano embravecido, y coristas estrepitosas de lentejuelas y muslamen. El Madrid de Antoñete y Rafael Gil, y Pablito Calvo y Amparo Rivelles o Aurora Bautista. Y de Ava Gardner, que una noche entró con gran alboroto general, «con ganas de empalmar la resaca del año que fenecía con la borrachera del año entrante...».
-Pasapoga, un lugar emblemático. Pero es el Madrid de las estrellas de Hollywood, con Ava Gardner, borracha siempre; es el Madrid que tiene ese componente todavía castizo, o inlcuso solanesco de Gutiérrez Solana. Era un Madrid donde ya está todo el contagio americano...Pero no es ese Madrid tan sombrío o tan desértico como ese Madrid del millón de muertos del que hablaba Dámaso Alonso. El Madrid de los años cincuenta es muy interesante, porque todavía subsiste el viejo Madrid, pero cada vez es un Madrid más homologado a las grandes capitales europeas, que es un Madrid del que el protagonista abomina porque le resulta un Madrid horroroso.
-Y ¡cuánta razón! le asiste a su protagonista.
-De alguna manera, sí, porque en esa época es cuando España empieza a dejarse colonizar por las modas foráneas, por los usos extranjeros, y poco a poco esa colonización llega hasta hoy, donde finalmente han logrado destruir nuestras tradiciones, que es algo trágico y patético. Ver a la juventud española danzando en la fiesta de todos los santos es patético. Es triste porque es un pueblo sin historia, un pueblo reducido a papilla. Es algo repugnante. Se han convertido en siervos de Nueva York, Bruselas, Berlín...Nos han convertido en papilla humana, y estamos tan felices y tan contentos.
-Érase, pues, un Madrid de clases medias, que disputaban las migajas del festín que se embaulaban los chupópteros del Régimen, que había logrado convencerles de que la felicidad se hallaba en hipotecarse de por vida para adquirir un piso en aquella colmena. El desahucio del alma.
-En ese momento, en España empieza a haber cierta riqueza y se va generando una clase media y, claro, la clase media siempre se distingue por querer emular a los ricos. De forma menesterosa. Pero, bueno, eso que el protagonista ve con desprecio de alguna manera es un motor para la supervivencia. Las opiniones de los personajes de mis novelas no son las mías propias, pero sí que hay una transformación en España, que le permite a nuestro país salir del agujero económico y que al mismo tiempo va a ocasionar que España pierda ciertos rasgos de su identidad, de su temperamento, de idiosincrasia. Bueno, ahí habría mucho que discutir hasta qué punto fue positivo y hasta qué punto no lo fue.

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