El primero es de desentendimiento: “Los catalanes hemos dejado de dar testimonio de nuestra responsabilidad para los otros pueblos de España, de nuestra madurez para hacerles aceptar los caminos que les señalábamos desde 1901”. Se dirá que Companys se solidarizó con un movimiento revolucionario español, que cuajó momentáneamente en Asturias. Bien, pero no fue precisamente en una demostración de sentido de la responsabilidad hacia el conjunto de los españoles, sino más bien lo contrario.
El segundo pecado es la ruptura con las virtudes prototípicas del carácter catalán, definido esta vez por Ferrater Mora: con la sensatez, con la continuidad, con la mesura y con la ironía; es la aventura insólita que se juega a una sola carta con la fe ciega en una excepcionalidad histórica respecto al destino catalán, equivalente al excepcionalismo americano o a la Sonderweg alemana.
La tercera es la ruptura con el método que ha proporcionado los mejores momentos de nuestra historia, su mayor riqueza y reconocimiento, además de la salvación de la lengua: el pactismo. Hurtado fue un maestro práctico como abogado y político, y Vicens Vives, como historiador y teorizador.
El cuarto es el peor de todos los pecados: que quien ha llegado al poder rompa la regla de juego por la que ha sido elegido con la pretensión de definir por su cuenta una regla de juego nueva. Quienes evocan estos días aquellos fets d’octubre lo tienen muy presente a la hora de cuidar la figura del presidente Mas. Su ausencia de la manifestación del 11 de septiembre, su negativa a subirse al balcón histórico de la plaza de Sant Jaume el día de su regreso triunfal de Madrid tras la ruptura con Rajoy por el pacto fiscal y finalmente su calculada ambigüedad léxica respecto a la independencia y a la legalidad de la consulta revelan bien a las claras la fuerza con que los fets d’octubre siguen percutiendo, como sucede con todos los mitos, sobre la cabeza de los políticos catalanes contemporáneos.
Mas se identifica con Prat de la Riba y Macià, según dijo en Madrid a la prensa. Pero ahora su espejo es Companys, al que Hurtado describe transfigurado y dispuesto a sacrificarlo todo por Cataluña. Por fortuna, también Macià lo había hecho antes que Companys en el complot de Prats de Molló (1926) y en la proclamación de la República Catalana (14 de abril de 1931), aunque al final fue el pragmático padre del Estatut del 32.
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