lunes, 27 de febrero de 2017

El PODER LEGAL y PODER REAL en la Cataluña de 1936

Doctor en Historia Contemporánea por la Universidad Autónoma de Barcelona y especialista en la guerra civil española, Josep Antoni Pozo presenta en Poder legal y poder real en la Cataluña revolucionaria de 1936 (Espuela de Plata, 2012) una versión actualizada y corregida de la primera parte de su tesis doctoral, leída en 2002. El libro contiene un análisis detallado y bien hilado argumentalmente de las formas de poder revolucionario surgidas en Cataluña durante el verano de 1936 y de la pugna en que se vieron envueltas con el gobierno de la Generalitat, representante de la legalidad republicana.
En los meses que siguen a la victoria del frente popular en Cataluña, los partidos y organizaciones obreras observan con preocupación la evolución de los acontecimientos, que vaticinaba un golpe fascista inminente, pero desde una mentalidad eminentemente defensiva y centrada más que nada en presionar al gobierno de la Generalitat para que tomara medidas contra los sediciosos. Es solamente durante las jornadas clave del 18 y 19 de julio, cuando las asambleas de militantes urgen la convocatoria de una huelga general y la formación de grupos de defensa. Pozo recorre la efervescencia que invade en ese momento la geografía catalana. Las organizaciones obreras toman la iniciativa y son sobre todo ellas las que paran la acometida fascista donde llega a producirse y contribuyen a desactivarla en otros lugares.
Cuando amanece el lunes 20 de julio, se tiene la evidencia de que el levantamiento militar ha fracasado en Cataluña. El Ejército ha dejado de existir como ente organizado y comienzan a formarse milicias ligadas a unos partidos y sindicatos que toman también en su mano el orden público. Lo que se desencadena no es un restablecimiento de la legalidad republicana, sino un proceso revolucionario que patentiza la frustración de las masas y el descrédito del proyecto reformista puesto en marcha por republicanos y socialistas. Este proceso, que se manifiesta en toda España, es en Cataluña donde alcanza su máxima expresión, y la forma en que cristaliza son los centenares de “comités” que surgen por doquier. Estos aparecen más o menos vinculados a la autoridad municipal según sea menor o mayor la pujanza de los sindicatos en el lugar. El gobierno de la Generalitat hace un llamamiento a la constitución de Comités Locales de Defensa que no hace más que “legalizar” la iniciativa de los propios trabajadores.
El resultado de este proceso fue la creación de una dualidad de poderes: el “revolucionario” de los comités por un lado, y el “legal” del aparato administrativo del gobierno autónomo por otro. Respecto a la composición de los comités, la CNT, que a pesar de su importante pérdida de efectivos durante el período republicano seguía siendo la organización obrera con más afiliados, se convirtió en la más influyente en ellos, como muestra el detallado inventario que el autor realiza. Con menor frecuencia se encuentra también presidiendo comités a militantes del POUM y ERC. Por toda Cataluña los comités asumen de una forma natural las atribuciones y funciones de los ayuntamientos, con la labor añadida de organizar la lucha contra el fascismo, al tiempo que la Generalitat presiona para robustecer las funciones de los ayuntamientos en detrimento de los comités, aunque con escaso éxito. Surgen también en seguida comités destinados a controlar las fuerzas policiales y militares que no se han desorganizado.

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