miércoles, 19 de diciembre de 2012

Sala i Martí arremete contra WERT

Señor Wert, es una inmoralidad, de Xavier Sala i Martin en La Vanguardia

OPINIÓN
El sistema educativo consiste en conseguir que los apuntes que tiene el profesor en su libreta acaben en la del estudiante sin pasar por el cerebro ni del uno ni del otro. Eso decía Mark Twain en el siglo XIX, pero, tras leer la proposición de ley de José Ignacio Wert, veo que también es la política educativa del PP en la actualidad.
El sistema educativo español no funciona. Ningún maestro honesto puede mirar a los ojos de sus estudiantes y prometerles que si se esfuerzan, estudian y hacen todo lo que se les dice, la vida les irá bien: muchos de los chavales que han obtenido matrículas de honor a lo largo de su vida están hoy en el paro. ¡Eso sí que es fracaso escolar!
A pesar de que el mundo ha cambiado radicalmente durante las últimas décadas, el sistema educativo casi no ha evolucionado: seguimos con el profesor en su tarima, su pizarra y su tiza y los estudiantes con sus apuntes, sus pupitres y su memorización. ¡Tal como describía Mark Twain!
El sistema educativo occidental se diseñó para dar una educación uniformizada a unos ciudadanos destinados a ser piezas intercambiables de un engranaje industrial donde los trabajadores no tenían que pensar y crear sino obedecer y reproducir mecánicamente. Por eso la educación premiaba la disciplina y la memorización y castigaba la creatividad y la originalidad. La curiosidad que tienen todos los niños al nacer desaparecía a medida que crecían: los chavales que entraban en el parvulario preguntando “¿y por qué?”, salían de la universidad como autómatas: preparados para formar parte de la gran fábrica occidental… pero casi sin capacidad de preguntar, criticar, imaginar o crear.
El problema es que desde los años setenta, unos 4.000 millones de trabajadores asiáticos han decidido producir exactamente lo mismo que nosotros, pero a precios inferiores y con mayor calidad. Y cuando no puedes hacer las cosas ni más baratas ni mejor que la competencia, sólo puedes hacer las cosas distintas. Cosas nuevas. Innovar. Eso lo sabe cualquier propietario de restaurante al que le han colocado un restaurante parecido en la calle de enfrente: para sobrevivir en el negocio, uno no debe bajar un céntimo el precio de la Coca-Cola ni, mucho menos, debe montar un centro de I+D para restaurantes. Hay que atraer de nuevo a la clientela haciendo cosas nuevas: ambiente distinto, carta cambiada, estilo renovado. La innovación sustituye al precio como mecanismo para ser competitivo. Y eso que es cierto para los restaurantes también lo es para productores de vino, tiendas de ropa, equipos de fútbol, circos o constructores de muebles. ¡Todos! La innovación no es una cosa de países ricos y sectores tecnológicos. Es una cosa de todos los países y todos los sectores.
Pero para conseguirlo es necesario un sistema educativo muy distinto. Por eso, los mejores expertos en pedagogía, sociología y economía del planeta están manteniendo un debate fascinante sobre cómo adaptarse a un mundo donde ya no basta con ser disciplinado, responder y memorizar sino que se va a tener que criticar, pensar, preguntar y crear. Adaptarse a un mundo donde las nuevas tecnologías permiten individualizar en lugar de homogeneizar la educación. Para ello se está pensando, por ejemplo, en cómo aprovechar la obsesión que tienen los niños por “superar niveles o pantallas” en los videojuegos para motivarlos a aprender. Se está estudiando cómo las nuevas formas de lectura por internet, llenas de hipervínculos, cambian el cerebro lineal de los padres (donde el capítulo dos siempre va después del uno y antes del tres) y lo adaptan a la nube (lees el capítulo uno y un hipervínculo te lleva al capítulo 47 y, de allí, pasas al tres para volver de nuevo al uno). Se está considerando la tendencia de nuestros jóvenes a escribir en Wikipedia, Twitter, Facebook y todo tipo de foros tecnológicos, políticos y deportivos (eso que llamamos web 2.0) para convertirlos en una gigantesca red de profesores particulares a la que puedan acceder los niños de todo el mundo.
Se está incluso pensando en invertir el papel del profesor en el aula: en lugar de que 10.000 profesores den la misma clase de ecuaciones lineales en 10.000 colegios distintos mientras los niños toman apuntes, se podría requerir que cada uno de los estudiantes viera el vídeo del mejor profesor del mundo en temas de ecuaciones lineales desde su casa. Cada uno a su ritmo y según sus posibilidades. El tiempo del profesor quedaría liberado para dedicarlo individualmente al estudiante con problemas. Lo que antes se hacía en el aula se hace en casa, y viceversa.
El mundo está viviendo, pues, una revolución educativa de la que nuestros niños no pueden quedar al margen. Por eso esperaba con ilusión la propuesta de reforma educativa del PP. Pero mi decepción ha sido mayúscula al ver que el ministro Wert ha producido un bodrio tercermundista, infumable e intervencionista que piensa que la reforma educativa consiste en cambiar el número de horas de cada asignatura como si eso lo tuviera que decidir un funcionario. La nueva ley ni diagnostica los problemas del sistema educativo español ni propone ni una sola solución inteligente. Es más, da la impresión de que el único objetivo del PP ha sido ajustar cuentas con el PSOE en temas de religión, historia y sociedad y con los “nacionalistas periféricos” en temas de lengua y españolidad. El problema es que ese ajuste de cuentas tiene un coste pantagruélico para los niños ya que pone en peligro el futuro de toda una generación. Y eso, señor Wert, es una inmoralidad.
Xavier Sala i Martin, Columbia University, UPF i Fundació Umbele. 

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