Pero muchos hispanistas británicos de la segunda mitad del siglo XX no lo ven así. A menudo presentaron definiciones donde sí comparaban la doctrina de las Jerec con la creada por Mussolini en Italia. Gerald Brenan (1894-1987), por ejemplo, declaró que estas juventudes de ERC «eran fascismo catalán». Gabriel Jackson fue un poco más cauto y las calificó de «casi fascistas». Hugh Thomas, fallecido en 2017, utilizaría el término «semi-fascistas», pero subrayando que las guerrillas de las Jerec estaban, efectivamente, «moldeadas según la milicia fascista». Mientras que la historiadora María Dolores Ivern y Salvá concluyó más recientemente que estas tuvieron «algunas características propias de una organización o partido fascista, pero sin llegar a serlo estrictamente».
En aquel momento, José Dencás gozaba de gran respeto en el ámbito político de Cataluña y las acusaciones de fascismo no le debilitaron. Es más, su carrera siguió en ascenso. En enero de 1934 fue nombrado consejero de Sanidad y Asistencia Social de la Generalitat y, en octubre, alcanzó la cima de su poder al hacerse cargo de la seguridad y las fuerzas de Policía de la Generalitat. En ese cargo estaba cuando se produjo el famoso pronunciamiento de Lluís Companys. Y Badía, por su parte, fue nombrado comisario de Orden Público, donde era propenso a interrogar él mismo a los detenidos mediante palizas, amenazas o reclusiones forzadas. Llegó a arrestar al fiscal de la Audiencia de Barcelona sin mandato judicial, lo que causó su destitución por parte del presidente de la Generalitat, aunque poco después lo repusiera en el cargo. Todo ello, mientras algunos escamots eran integrados en el Somatén, la institución catalana de carácter parapolicial y armada. «El binomio Dencás-Badía instauró, en 1934, un aparato de represión y persecución obrera y anticenetista que usaba métodos fascistas y racistas», señalaba a ABC, en mayo del año pasado, el historiador Agustín Guillamón.
El final de Dencás y Badía
El hispanista Stanley G. Payne defendía recientemente que el nacionalismo catalán ha funcionado casi siempre dentro de un contexto liberal y generalmente democrático. El autor de «Historia del fascismo, 1941-1945» (Planeta, 1995) cree que en eso se diferencia de la mayoría de los nacionalismos europeos que, desde la segunda mitad del siglo XIX, han tendido a deslizarse hacia la derecha, llegando a su expresión más extrema en los fascismos alemán e italiano de las décadas de 1920 y 1930. Pero añadía después que las Jerec serían la excepción a dicha afirmación.
El final de Dencás y Badía se produjo el 6 de octubre de 1934, cuando Companys se asomó al balcón de la plaza de Sant Jaume y grita para decir aquello de: «En esta hora solemne, en nombre del pueblo y del parlamento, el Gobierno que presido asume todas las facultades del poder en Cataluña (...). Y proclamo el Estado catalán en la República federal española». Cuando el president fue detenido y encarcelado, ambos no hicieron nada por evitarlo. Se dice que, incluso, huyeron del Palau por las alcantarillas, vestidos de mujer, para luego marcharse al exilio.
En mayo de 1936, las Jerec experimentaron una fuga de miembros al nuevo grupo juvenil Joventut d'Estat Català. Fue perdiendo importancia hasta que, en 1937, ya iniciada la Guerra Civil, se unió con otras organizaciones políticas de acción catalanistas en el llamado Front de la Joventut. Comenzada la dictadura de Franco, su presencia fue prácticamente insignificante en comparación con el nuevo Frente Nacional de Cataluña. Y los intentos por reflotarla en 1945, fueron testimoniales.