martes, 30 de octubre de 2012

El cafe para todos un error



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Lionel Barber, editor del 'Financial Times'

Victor-M Amela, Ima Sanchís, Lluís Amiguet

"Su 'café para todos' es un compadreo insostenible"

26/10/2012 - 00:00
"Su 'café para todos' es un compadreo insostenible"
Foto: Roser Vilallonga
Procrastinación
"Trastorno de conducta que hace optar por la pasividad para evitarse las molestias de actuar". Barber la achaca a nuestros gobiernos, porque en España el sector privado ya se ha aplicado un doloroso ERE, el público en parte y el político en absoluto. Nos sobran políticos y niveles de administración (de ahí la protesta catalana, en gran parte regeneracionista). "El drama español -dice Barber- no es sólo de deuda, es institucional y político". Y cita el compadreo del café para todos y la autoperpetuación de nuestra casta partidista. Yo -le digo- no espero milagros, pero sí alternativas. El partido que inicie esa urgente regeneración -empezando por aplicarse un ERE a sí mismo- tendrá mi voto.
Sería osado que yo les diera lecciones a ustedes, porque Gran Bretaña también tiene mucho que aprender de sus errores.

Podemos aprender juntos.
En esta crisis europea cada país tiene sus propios problemas, y el de España ha sido su delirante boom inmobiliario y el crac.

Ya convertido hoy en déficit galopante.
Pero el problema español no es sólo de deuda pública y finanzas, sino también una crisis institucional y política.

Me temo que menos reconocida.
Pues deberíamos hacer preguntas incómodas sobre elcafé para todos español, un sistema de compadreo -como explicaba un artículo reciente de mi diario- que incentiva la formación de partidos clientelistas y grupos de interés centrados en su autoperpetuación y en el gasto del dinero público, un gasto por el que, en la mayoría de los casos, no responden ante los votantes.

Menos mal que la UE les pide cuentas, pero también cae en sus compadreos.
La unión monetaria fue mal diseñada. Debería haberse hecho después y no antes de la unión fiscal y bancaria. En sus inicios esos defectos fueron disimulados por la prosperidad del boom del crédito, pero el inevitable crac posterior los ha puesto al descubierto.

Y ya llevamos cinco años de ahogos.
Y aún estamos en medio, pero mejor, porque la UE ha empezado a responder iniciando la unión fiscal y bancaria. Y el Banco Central Europeo ahora está apurando al límite su capacidad de intervenir en los mercados.

Por fin le veo optimista.
Soy un pesimista precavido. Sólo apunto el comienzo de una sana reacción, pero también advierto de que, mientras esas instituciones tan necesarias para la normalidad se construyen, habrá riesgo e inestabilidad.

¿Podemos volver a la histeria?
Draghi ha sido valiente al diseñar nuevos modos de intervenir en los mercados, pero ahora los políticos tienen que responder.

¿Cómo?
Con reformas, no sólo con palabras. Todos dicen que apoyan el euro, pero ahora tienen que demostrarlo con iniciativas, aunque a veces les cuesten votos.

¿Cuáles?
Iniciativas como las de Helmut Kohl cuando apostó porque Alemania contribuyera a los fondos de solidaridad y cohesión europeos, que tanto beneficiaron a España. Los alemanes creo que ahora harán lo necesario -y Merkel en Grecia ha sido una señal-, pero a cambio de ese cambio de actitud pedirán aún más disciplina presupuestaria.

Comprensible.
Alemania ya hizo una durísima reforma laboral y recortes de su Estado de bienestar que le costaron a Schröder las elecciones, y ahora creen que les toca a ustedes; pero los alemanes deben aceptar que no todos los países de Europa pueden ser exportadores como ellos con su enorme superávit.

Mientras, ¿Rajoy debe pedir el rescate?
Sin duda: la pregunta es cuándo. Y me temo que tiene menos tiempo del que puede parecer. La clave es negociar buenas condiciones cuanto antes para sanear de una vez su sistema financiero y romper ese vínculo fatal entre deuda soberana y financiera y empezar ya a crecer y crear empleo.

Ojalá.
Pero que Rajoy no alargue el compás de espera, porque este tiempo muerto de cierta calma en los mercados podría volver a convertirse en un incendio en cualquier momento. No esperen a meter el gol en el último segundo y pronto verán como España puede volver a jugar en la Champions de la UE.

Pues su diario no ha sido optimista y proeuropeo precisamente.
¡Pero si en Londres nos acusan de proeuropeos! El otro día me presentaron aquí como "un europeo inteligente"; allí ese cumplido les hubiera parecido un oxímoron.

Usted empezó como periodista en The Scotsman: ¿qué cree que votará Escocia?
Mi diario y yo somos unionistas, pero antes que nada somos demócratas. Queremos que Escocia siga en el Reino Unido, pero aceptaremos lo que decidan los escoceses.

¿Con ejército, moneda y monarquía británicas después de todo?
Ya veremos. Tenemos dos años aún para hablar de todo eso. Y lo hablaremos.

¿Habrá periodistas dentro de 20 años?
Habrá periodistas, seguro; lo que no sé es si habrá diarios, al menos como son hoy.

¿Cómo serán?
Los diarios hoy tenemos problemas para transformar la audiencia en ingresos y yo no tengo ninguna fórmula secreta, pero hay que apostar por lo que sólo tienes tú. Y nuestro gran valor es proporcionar información económica fiable, puesta en contexto geopolítico. Y la opinión, con todos los puntos de vista reveladores y originales, sobre ella.

Pero la publicidad se acaba.
Migra a internet, pero también hemos de aprovechar que en formato digital se reducirán los gastos de distribuir en papel. Mire, a los periodistas nos encanta dar consejos a todo el mundo, pero tenemos que aceptar que nuestro propio negocio cambia y adaptarnos: la gran pregunta hoy en una redacción es quién crea valor y quién no.

¿Usted cómo crea valor?
Yo elijo cada día las noticias y la portada, y, como no admito presiones, no las recibo. Creo valor si logro que en mi diario se vean reflejados todos los puntos de vista -todos- sin partidismos ni servidumbres. Y le aseguro que eso no va a cambiar.


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La Comisión Europea ha aclarado su posición ante una hipotética declaración unilateral del Parlamento de Catalunya sobre la independencia de esta comunidad si se produjera sin el acuerdo de las Cortes españolas que representan la soberanía de todos los españoles.


La Comisión Europea ha aclarado su posición ante una hipotética declaración unilateral del Parlamento de Catalunya sobre la independencia de esta comunidad si se produjera sin el acuerdo de las Cortes españolas que representan la soberanía de todos los españoles.
La comisaria europea de Justicia y Derechos Fundamentales, Viviane Reding, ha dejado claro su posición y la de la Comisión Europea en una carta dirigida al Gobierno español que coincide "plenamente" con sus tesis sobre una hipotética secesión unilateral de Catalunya, lo que implicaría una exclusión inmediata de la Unión Europea y obligaría al hipotético nuevo Estado a empezar un proceso de adhesión, en el que España tendría derecho de veto, según la misiva de la alta funcionaria europea que ha sido publicada hoy por el diario El País.
La vicepresidenta comunitaria envió una carta oficial al Gobierno español el pasado 4 de octubre, como respuesta a otra que había enviado previamente el secretario de Estado para asuntos comunitarios, Íñigo Méndez de Vigo, después de que la comisaria asegurara en unas declaraciones al Diario de Sevilla que en ningún lugar estaba escrito que Cataluña tuviera que quedar excluida de la UE en caso de que se independizara.
En su misiva, Méndez de Vigo afirma que, según los Tratados de la Unión Europea, queda claro que una Cataluña independiente debería iniciar de nuevo los procesos de adhesión:
"A efectos puramente dialécticos, si la Constitución española fuera efectivamente modificada para permitir la celebración de un tal referéndum y si a resultas de la misma surgiera un Estado independiente, éste no formaría en ningún caso parte de la UE. Así resulta del artículo 52 del Tratado de la UE, en el que se enumeran los Estados miembros a los que se aplican los Tratados, entre ellos el Reino de España. Por ello, ese hipotético nuevo Estado debería, a tenor de lo que establece el artículo 49 del Tratado de la UE, solicitar la adhesión y obtener una decisión favorable del Consejo, por unanimidad, debiendo ser el Acta de Adhesión ratificada por los Parlamentos de todos los Estados miembros".
Según ha desvelado hoy El País, La Comisión Europea insiste en no tomar una posición clara en público. “Son asuntos internos”, contestan en la Comisión. Pero en privado, sí hay un documento en el que el principal representante de la Comisión en este asunto —la vicepresidenta y comisaria de Justicia, Viviane Reding— asume las posiciones del Ejecutivo español, que sostiene que Catalunya en ningún caso podría independizarse de manera unilateral y seguir en la UE.
Reding envió el pasado 4 de octubre una carta al Gobierno español en la que trataba de explicarse a propósito de unas declaraciones suyas en las que no dejaba clara la postura de la Comisión Europea sobre la hipotética posibilidad de que una Catalunya independiente, declarada de forma unilateral, permanezca o no en la UE. 
En la misiva, la comisaria no solo “lamenta” la interpretación que se dio en España a sus palabras, en las que señalaba que “ninguna ley dice que Cataluña deba salir de la UE si se independiza” y dice que ha mandado una rectificación. Y añade: “Quiero que no quede ninguna duda sobre mi posición, que es igual a la posición expresada por el presidente Barroso en nombre del Colegio, y que coincido plenamente en el análisis del marco constitucional europeo que desarrollas en tu carta”.
Ese “coincido plenamente en el análisis que desarrollas” se refiere a una carta de Íñigo Méndez de Vigo, secretario de Estado para la Unión Europea, a la que ella está contestando. Y él es absolutamente tajante sobre la imposibilidad de que Cataluña se independice dentro de la UE.
Él señala que “el artículo 4.2 del Tratado de la Unión Europea es terminante cuando señala que la Unión deberá respetar las estructuras fundamentales constitucionales y políticas y la integridad territorial de los Estados miembros, cuya determinación es competencia exclusiva de éstos.
En consecuencia, la UE no puede reconocer una declaración unilateral de independencia de una parte de un Estado miembro”. Esto es lo que Reding asume en su carta y lo deja claro porque se posiciona en favor de la soberanía de un Estado miembro -España- cuya organización territorial depende de un marco de decisión y de negociación doméstico rechazando así cualquier decisión unilateral de un territorio interno de un Estado puesto que los tratados actuales respetan las soberanías de los estados miembros de la Unión Europea.
La respuesta de Reding a esta posición es contundente: "Quiero que no quede ninguna duda sobre mi posición, que es igual a la posición expresada por el presidente Barroso en nombre del Colegio, y que coincido plenamente en el análisis del marco constitucional europeo que desarrollas en tu carta".
Esta contundencia expresada por la comisaria Reding contrasta con la ambigüedad con la que respondió a esta pregunta Joaquín Almunia, comisario de Competencia y también vicepresidente de la Comisión Europea, la semana pasada en Barcelona.
"No se puede dar una respuesta tajante en decir que si alguien se segrega, se queda fuera y no sabemos nada más de él por los siglos de los siglos. No es así", afirmó Almunia.
Oficialmente, la postura de la Comisión Europea es que cada caso debe tratarse individualmente y que solo se pronunciará en el caso de que España pida formalmente su opinión.
En privado, no obstane, fuentes comunitarias observan con preocupación no solamente sus derivadas políticas e institucionales, sino también la inestabilidad que un proceso de secesión puede provocar en la economía española, que ya ha pedido un rescate para sus bancos y podría pedir otro para el país.


Leer más: http://www.lavanguardia.com/politica/20121030/54353650784/bruselas-catalunya-ue.html?fb_action_ids=4165470493378%2C4154874708490&fb_action_types=og.likes&fb_source=other_multiline&action_object_map=%7B%224165470493378%22%3A391740427561631%2C%224154874708490%22%3A298451140260724%7D&action_type_map=%7B%224165470493378%22%3A%22og.likes%22%2C%224154874708490%22%3A%22og.likes%22%7D&action_ref_map=%5B%5D#ixzz2AnCGUadQ
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La gestión es la clave!!!


¡Es la gestión! No los modelos de Estad


26/10/2012 | 17:20
No hay que saber demasiado de instituciones políticas para saber que hay modelos de Estado descentralizados que son un desastre y otros que funcionan muy bien. Igual ocurre con los modelos de Estado centralizados. A nadie se le ocurriría poner como ejemplo a Argetina de país federal bien gestionado. El país más descentralizado de todos es Suiza. Y así les va. Los países escandinavos tienen fórmulas más cercanas al centralismo y también son un ejemplo.
Un modelo de Estado es fruto de la historia. Estados Unidos, Canadá, Australia... son federales porque fueron conquistados paso a paso, escopeta a escopeta, creándose sus estados/provincias a medida que los colonos iban conquistando el Oeste o el desierto. Alemania es federal porque es un país joven, fruto de la fusión de repúblicas, principados, reinos, ciudades libres, que han mantenido sus estructuras propias y una profunda identidad, como el caso de Baviera. La generosidad de los länder ricos para recuperar y ayudar a los exestados de la antigua Alemania comunista, no ha sabido apreciarse demasiado fuera de ese país, mientras hacían lo mismo transfiriendo dinero a la periferia europea.
Como Alemania, Italia es un país joven, pero con estructuras más centralizadas y la voluntad actual de reducir el número de provincias. Pero, ¿bien gestionado Ja. Francia es el país centralista más grande de Europa, con sus ventajas e inconvenientes. En Francia se está debatiendo porque no existe un tejido empresarial mediano tan fuerte como en Alemania y, en algunos análisis, se justifica porque los gobiernos regionales no tienen tantas competencias. Nuestros vecinos siempre han preferido apostar por modelar su industria en mayúsculas, alrededor de sectores muy definidos, desde el gaullismo hasta ahora.
En una Europa federal, como algunos deseamos, lo lógico sería establecer modelos de gestión en cuatro niveles: federal, estatal, regional y local, acorde con el sentido común y, en casos muy especiales, las identidades locales. Abrir una empresa debería costar lo mismo en tiempo y dinero en Nápoles, Hamburgo o Sevilla. Sin embargo, nadie discute que el mobiliario urbano es un asunto local. ¿Sobre los impuestos? Es necesaria una mayor armonización fiscal.
¿Y España? Se ha unido un sistema inadecuado, artificial, poco acorde con la historia de España, que ahora es muy fácil criticar. Se ha gestionado mal y con manga ancha, sin el control suficiente y sin prever en la época de vacas gordas que podría ocurrir si se torcía el escenario. Hay que reformar el modelo de Estado, reduciendo provincias, fusionando autonomías, estbaleciendo un sistema fiscal más justo que no abuse de la solidaridad. Pero, incluso, si esto se alcanza a realizar, siempre una mala gestión puede estropearlo todo.

lunes, 29 de octubre de 2012

Mariano Rajoy se destapa


Mariano Rajoy, por fin, se destapó este fin de semana en Barcelona. Acusó al presidente de la Generalitat y líder de CiU, Artur Mas, de “arrastrar a siete millones de catalanes hacia un dilema imposible”. Y de querer alterar el curso de la historia en nombre de una quimera. Bastante más acá de la épica, sus apelaciones al cumplimiento de la ley fueron concretas y reconocibles. Ningún problema para negociar un nuevo modelo de financiación y ninguna intención de tocar los dos artículos de la Constitución que forman la muralla legal frente a quienes quieren un Estado propio. Uno es el número 2: soberanía nacional única e indivisible. Y otro es el número 92: sólo el Rey, a propuesta del presidente y previa autorización de las Cortes Generales, puede convocar un referéndum sobre decisiones de especial trascendencia.
Era el discurso que le tocaba hacer al presidente del Gobierno de la Nación después del irresponsable pulso de Artur Mas contra el ordenamiento jurídico al que debe su legitimidad como president. Sin aspavientos, sin amenazas, sin coacciones, Rajoy desplegó un discurso alternativo sobre el encaje de Cataluña en España frente a ese viaje “hacia ninguna parte” propuesto por el presidente de la Generalitat. Se admiten las apuestas. Lo que no puede ser es que, frente a su monólogo unívoco y totalizante, los nacionalistas catalanes valoren la prueba del contraste como un tic represivo de la España que  les “ahoga”.
Cuando alguien intramuros del sistema propone su voladura, puesto que el objetivo segregacionista solo puede lograrse mediante la abolición de dicho ordenamiento, el presidente del Gobierno tiene dos opciones: liderar un proceso dialogado de reforma de la Constitución de modo que la voladura sea controlada o limitarse a aplicar el principio de legalidad haciendo saber al mismo tiempo su absoluta falta de voluntad política para  abolir o retocar dos principios básicos de nuestro ordenamiento, como son el de integridad territorial y el de indivisibilidad de la soberanía nacional. Rajoy ha optado por la segunda opción y, aunque con algún retraso, al fin nos hemos enterado por la boca del caballo. Ahí debería quedarse la valoración de su discurso del sábado. El que le tocaba hacer, insisto, con elecciones o sin elecciones a la vista. Sin embargo, en todos los análisis aparece el consabido proceso de intenciones electoralistas. Y eso le resta calibre institucional. Sobre todo si la valoración procede de los socialistas, que deambulan en esa tierra despoblada entre dos posiciones muy nítidas: la del PP y la de CiU.
Nominalmente adeptos al federalismo, que es un concepto nunca desarrollado seriamente en la España de aquí y ahora, parecen estar jugando a ser decisivos en la apertura de un eventual proceso de reforma constitucional “si eso sirve para que sigamos juntos” (es decir, para que Cataluña siga en España), suele decirRubalcaba, líder del otro gran partido de la centralidad española, históricamente motivado por la igualdad entre las personas y no entre los territorios, que ahora se desmarca por igual tanto del PP, al que culpa de haber alimentado el anticatalanismo (una forma de darle la razón a los nacionalistas), como de CiU, al que acusa de haber metido a Cataluña en un callejón sin salida (una forma de darle la razón al PP).
En esas condiciones, a la causa de la España plural (diversa pero igualitaria, que diría Griñán) le falta el pilar izquierdo del sistema para sentirse completamente segura frente a las acechanzas del nacionalismo.

domingo, 28 de octubre de 2012

Giscard me preguntó el martes almorzando en Madrid qué haría Cataluña fuera del euro y de la propia UE. «Ellos creen que podrán conseguir que cambien las reglas», le expliqué. «¡Ah, no saben lo que es Europa! Necesitarían 10 años sólo para que Europa se lo planteara»,


La Grande Peur'

NO colabores con los secesionistas de Cataluña llenándoles los bolsillos con tu dinero e impuestos. NO compres sus productos ni contrates sus serviciosEl 25 de julio de 1789, 11 días después de la toma de la Bastilla, los habitantes del pueblecito de Montmorency, 14 kilómetros al norte de París, recibieron con gran alarma la noticia de que «varios miles de bandidos» estaban arrasando sus cultivos, saqueando las casas circundantes y «degollando incluso a cualquiera que se les opusiera». La situación parecía dramática. Merece la pena reproducir el vibrante relato publicado en el semanario Revolutions de Paris por el gran Loustalot: «Mujeres y niños llegaban con lágrimas en los ojos huyendo de la carnicería. Se dan las órdenes. La milicia burguesa se precipita hacia la llanura. Se arrastra el cañón. Llegan al fin a marchas forzadas. La alarma era general, el tocsín sonaba en todas las parroquias. ¿Y bien? ¡Quién lo hubiera creído? No había ni enemigos ni bandidos... Unas mujeres habían visto moverse a lo lejos a algunos segadores y una de ellas había imaginado que eran bandidos». 
Tres días después las campanas tocan a rebato en Angulema, una población de tamaño medio del suroeste de Francia. Pronto circula la noticia de que se acerca «un ejército de 15.000 bandidos» y la ciudad se pone en pie de guerra. Comienzan a acudir hombres armados de los alrededores. Desde las murallas de la ciudad se divisa una enorme nube de polvo que parece anunciar a los agresores. Resulta que es la diligencia que cruza rauda hacia Burdeos. Pero el pánico no se disipa a igual velocidad que el polvo. Si los malhechores no dan señales de vida es porque están escondidos, esperando su momento. Partidas de vecinos armados organizan pronto frenéticas operaciones de búsqueda en las inmediaciones. 
En cuestión de una semana el Gran Miedo, la Grande Peur, se extiende por buena parte de Francia y ya que no aparecen los «bandidos», surge en cambio una explicación: se trata de un «complot aristocrático» destinado a vengar la sublevación popular en París y a poner coto a las leyes anti señoriales que prepara la Asamblea Constituyente. De la noche a la mañana los campesinos, duramente castigados por una mala cosecha dentro de un ciclo de penuria en una Francia en ruina, toman conciencia de que pertenecen al Tercer Estado y se organizan para defenderse. Al fantasma de las bandas de ladrones sucede el de los mercenarios extranjeros. Unos dicen haber visto piamonteses, otros austriacos o, lo peor de lo peor, españoles. «Contra estos pululantes fantasmas de la imaginación sobrexcitada ningún razonamiento, ninguna experiencia es eficaz», explica un desazonado Taine.
La dinámica revolucionaria se ha puesto en marcha y ya no habrá quien la pare. Puesto que los efectos del complot aristocrático no aparecen por ninguna parte, se pasa a la fase de atacar sus causas. «El miedo designa a un adversario, el señor responsable de todos los males pasados y presentes», explica el historiador Jacques Revel. Los señores nos roban, los señores nos matan. «El miedo termina de soldar la coalición antiseñorial con las respuestas que los rurales inventan frente al peligro». 
Los campesinos armados pasan a la ofensiva contra los símbolos de la opresión. Comienzan así los asaltos a los castillos, las quemas de títulos de propiedad y registros parroquiales, los saqueos de silos y graneros, los asesinatos de los nobles y sus empleados de confianza. Y todo ello con la frecuente complicidad de las nuevas autoridades locales. Nada estimula tanto al «coloso ciego» de la revuelta como la sensación de estar aplicando un «derecho natural» de origen roussoniano frente a una legalidad injusta. «Es la guerra de la multitud brutal y salvaje contra la élite cultivada que ni esperaba nada parecido ni estaba preparada para defenderse», concluye Taine con fatalismo. 
Hasta que Georges Lefebvre publicó en 1932 un ensayo que bien puede describirse como el «estudio epidemiológico» de la Grande Peur, lo ocurrido en el verano de 1789 había sido uno de los tabúes en el estudio de la Revolución, tal vez por su disonancia con la tesis dominante de que fue un proceso idealista y en líneas generales ejemplar, sólo truncado cuatro años después por el Terror. No sin cierto cinismo de parte, el socialista Jean Jaurès había descrito aquel vendaval de pánico en la Francia profunda como «una estratagema más ingeniosa que culpable». Y aún hoy el citado Jacques Revel -nada que ver con el gran filósofo liberal- sostiene, en el diccionario canónico del bicentenario, que «poco importa que un conjunto de falsas noticias haya contribuido a unificar los comportamientos a través del Reino, en la medida en que eran plausibles y permitían comprender una situación de la que no se había tomado conciencia hasta entonces». De hecho para él estamos ni más ni menos que ante «las vías del aprendizaje de la política en los primeros tiempos de la Revolución». 
Por algo advirtió Roosevelt -y Rajoy lo mencionó en su estupendo discurso de ayer - que sólo se debe «tener miedo del miedo mismo». Por algo la prioridad de Artur Mas desde el mismo día en que sufrió la intolerable afrenta de tener que escuchar palabras tan ofensivas e implacables como «creo que Cataluña no está tan maltratada como decís», ha sido cebar la bomba del miedo. Los días pares con la excusa de fingir conjurarlo: «No tengáis miedo, normalmente estos procesos salen bien...». Los impares con el expreso propósito de corporeizarlo: «No les temblará el pulso para impedir que Cataluña se salga con sus proyectos y su sueño». 
NO colabores con los secesionistas de Cataluña llenándoles los bolsillos con tu dinero e impuestos. NO compres sus productos ni contrates sus serviciosCon una mezcla de irresponsabilidad y vileza sin precedentes el presidente de la Generalitat trata de presentar a la España constitucional como un tirano decrépito dispuesto a ejercer sus peores derechos de pernada contra la doncella catalana que osa querer emanciparse. Del «España nos roba» se trata de pasar al «España nos viola» e incluso al «España nos mata». Tan verdad es por cierto esto como aquello; pero así es también el «aprendizaje de la política» en la Cataluña separatista. 
Las minorías más radicalizadas pueden poner el estrambote, pero es el propio gobierno catalán quien con más ahínco estimula ya la paranoia. Por dos veces el conseller de Interior Felip Puig ha instado a los Mossos de Esquadra a decantarse por una imaginaria «legalidad democrática» -el estado de naturaleza de las libertades catalanas- contrapuesta a la «legalidad jurídica». Y les ha pedido que, cuando llegue la hora, desplieguen sus armas al «servicio del país», como si se tratara de jugar el partido de vuelta de 1934. Nadie le ha ni siquiera reconvenido. Y lo más inaudito de la atrabiliaria carta de los eurodiputados catalanes pidiendo a la UE protección frente a una «posible intervención militar» española no es que entre sus firmantes figure alguien que concurrió a las elecciones en la lista del PSOE -en definitiva eso revela la devastadora implosión del partido de Rubalcaba- sino que el portavoz de la Generalitat tildara la iniciativa de «muy sensata». He ahí el nacionalismo orwelliano: la guerra es la paz; el odio, el amor; y lo demencial, lo «sensato». 
Cuando alguien está inmerso en un proyecto de dislocación revolucionaria ninguna mentira o exageración resultan demasiado obscenas. Por eso se traspasan tantas veces las fronteras entre lo grandioso y lo ridículo. Vistas desde fuera, las alarmas difundidas por La Vanguardia acerca del «sobrevuelo de cazas en territorio catalán» pueden parecer dignas del manicomio, cuando no de la guerra de Gila, pero no es difícil imaginar su efecto en una sociedad a la que todos los días se le repite que tiene un enemigo exterior. ¿Acaso no les ha hecho reír a ustedes que los bandoleros de Montmorency resultaran ser simples segadores y que la nube de polvo que acompañaba a los «15.000 bandidos» que se cernían sobre Angulema fuera la de la diligencia de Burdeos? Pero los castillos ardieron, vaya que si ardieron. 
Desde julio del 32 nunca nadie había afrontado en Europa una elección utilizando de forma tan descarnada el odio y el miedo. Apelar a los peores sentimientos tribales suele dar buenos resultados cuando la población ve mermar su bienestar y busca respuestas esquemáticas a problemas complejos. «Designe» usted a un «responsable de todos los males» de forma «plausible» y, en efecto, enseguida se «unificarán los comportamientos»: cuantos asistan al estadio formarán una única e inmensa bandera, hasta el Espanyol se prestará a la cruzada antiespañola -no vaya a ser que alguien le coloque una estrella amarilla en el uniforme- y las urnas se llenarán de votos convergentes. «Si no eres independentista es que eres un mal patriota», me explicaba el otro día, frustrado, un líder del PSC. 
Pobre Cataluña. Repito que la Historia ya nos ha mostrado todo esto. No en balde Vargas Llosa definió el miércoles al nacionalismo como «cultura de los incultos» y refugio de «nostálgicos del fascismo y el comunismo». Se trata, como dice Boadella, de «un estado paranoico que da una especie de energía a la sociedad». Para montar ese tigre sólo hace falta carecer de escrúpulos y estar dispuesto a huir hacia delante al coste que sea. 
Los más ingenuos creen que todo se reduce a una jugada electoral y que una vez que Mas se asegure otros cuatro años en el poder el soufflé ira desinflándose gradualmente. Pero esto jamás ha sucedido así. Es probable que Mas sea un gran farsante pero quien espolea el tigre de la revolución pierde siempre su control. Tendrá que optar entre ser devorado por el monstruo que ha alimentado o dejarse arrastrar por una deriva cada vez más enloquecida. 
Es en este sentido en el que acierta de pleno Aznar cuando advierte que así como la destrucción de España es poco menos que inverosímil, y no porque tengamos tanques y una Constitución con todos sus artículos sino porque existen los tratados de la Unión Europea, bien podría producirse la destrucción de Cataluña como espacio de convivencia y pluralismo. Giscard me preguntó el martes almorzando en Madrid qué haría Cataluña fuera del euro y de la propia UE. «Ellos creen que podrán conseguir que cambien las reglas», le expliqué. «¡Ah, no saben lo que es Europa! Necesitarían 10 años sólo para que Europa se lo planteara», me contestó. 
Esa es la realidad. Mas y sus corifeos están engañando a los catalanes al ocultarles que los muros de la legalidad española y europea son infranqueables para un proyecto de secesión unilateral porque nadie reconoce a Cataluña como sujeto de soberanía y ese derecho no se adquiere en una votación sea cual sea su resultado. La frustración que generará descubrirlo sólo podrá ser acallada estimulando aun más la escalada del miedo y el odio a través de un enfrentamiento entre los catalanes partidarios de llevar el desafío hasta las últimas consecuencias y de aquellos que se aferren a sus derechos constitucionales. 
Pere Navarro ha tenido la lucidez de equiparar el radicalismo de Mas con el de Bildu. La claridad con que se expresa el líder del PSC respecto al «ego mesiánico» de su rival está siendo, de hecho, la única buena noticia de la precampaña. Pero quién nos iba a decir que la famosa espiral «acción-reacción», a través de la que siempre pretendió activar ETA las «contradicciones internas» de la democracia española, terminaría convirtiéndose en la hoja de ruta que, con medios muy diferentes pero fines simétricos, adoptara el partido que representa los intereses de la autosatisfecha burguesía catalana.
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miércoles, 24 de octubre de 2012

La Vanguardia a la cabeza


La Razón también está atónito. "El chantaje de Mas a Rajoy. El presidente revela que Mas le amenazó en su última visita a Moncloa". Marhuenda se queja de las "formas de Mas para dirigirse al presidente de la nación", por favor, qué poco respeto, y está preocupado por la "imagen antipática" que está dando Mas de Cataluña en el resto de España. "Deberían ser los propios catalanes quienes le pararan los pies y le pusieran en su sitio", ruega.

martes, 23 de octubre de 2012

"Es muy grave que muchos jóvenes catalanes piensen que la historia de su país termina a orillas del Ebro"


John Elliott

"Es muy grave que muchos jóvenes catalanes piensen que la historia de su país termina a orillas del Ebro"

Alberto OJEDA | Publicado el 23/10/2012

El hispanista británico publica 'Haciendo historia', un volumen en el que repasa su trayectoria profesional y analiza la evolución del oficio de historiador



Estamos en el año 1950. John Elliott (Reading, 1930) estudia en Cambridge. Apenas tiene 20 años. En un corcho de su facultad ve un anuncio. Se acerca sin saber que esa hojita colgada marcará el resto de su vida. Empieza a salivar cuando lee: "Viaje en grupo a España". Varios estudiantes inquietos habían organizado un tour por un país que por entonces despertaba mucha curiosidad en el orbe anglosajón. "Lo recorrí en un camión del ejército, durante seis semanas, durmiendo al raso entre olivares y en pensiones de tercera. Me impresionó mucho el país". Fueron muchos los detalles que le tocaron la fibra sensible. Pero hubo uno en particular que le conmovió.Delante del retrato que Velázquez pintó del Conde Duque de Olivares, expuesto en el Museo del Prado, sintió una especie de bofetón: el que le dio "esa encarnación inapelable de la arrogancia del poder". 

Al volver a Inglaterra estuvo intentando recabar información sobre el personaje. No encontró apenas nada. Así que cuando tuvo que tomar la decisión de convertirse en historiador profesional intentó desquitarse esa frustración. Enmarcó sus investigaciones en la época de Felipe IV, centrándose en particular en la figura de su influyente valido. Sus desvelos entre nuestros archivos dieron como fruto libros esenciales para conocer aquel periodo: La España imperial (1963), La revuelta de los catalanes (1965),El conde duque de Olivares (1986)... Todo esto lo cuenta ahora Elliott en un peculiar volumen, Haciendo historia (Taurus), en el que mezcla el relato de su experiencia como historiador al tiempo que reflexiona sobre la evolución de su oficio y los nuevos retos que afronta. Entrevera pues una biografía profesional con el ensayo metahistoriográfico.

La tesis central que sostiene el veterano hispanista, galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 1996, es que la historia no conviene ser abordada de forma parcelaria. "Cuando empecé los historiadores se limitaban al estudio de la historia institucional, diplomática, política tradicional...". Fernand Braudel ("quizá el historiador más importante del siglo XX") le alteró por completo esos patrones reduccionistas. "Él supuso una revolución, al insistir en el estudio de la historia social, económica y política moderna", afirma Elliott, sentado en un sofá del Hotel Ritz. Elliott defiende la historiografía como una disciplina en la que se amalgaman diversos aspectos de la realidad. Prescindir de alguno de ellos deja el retrato de un periodo histórico falto de matices y contrapesos.

Es lo que denuncia que está ocurriendo con la educación de las nuevas generaciones en España. Un fenómeno que le parece especialmente "preocupante" en Cataluña. "Es muy grave que los jóvenes catalanes piensen que la historia de su país termine a orillas del Ebro, sin tener en cuenta los cinco siglos de convivencia dentro de la Península Ibérica y la monarquía española". Lo dice alguien que en los 60 se sentía muy cercano a los anhelos identitarios del pueblo catalán, que aprendió su lengua por solidaridad y simpatía hacia su causa, pero que ahora recela de la exaltación independentista de algunos sectores sociales y políticos que hasta la fecha se habían mostrado más templados en sus reivindicaciones. Y advierte a los nacionalistas que invocan Escocia como posible ejemplo de separación pacífica que el caso catalán y el escocés "tienen poco que ver". "El paralelismo es muy forzado".

Piensa Elliott que si Vicens Vives levantara la cabeza y pudiera ver las tensiones territoriales actuales se echaría las manos a la cabeza, desolado. "Él siempre luchó contra los estereotipos y los mitos románticos de la historia de Cataluña, en la que el victimismo jugaba un papel clave. Quiso preparar a los jóvenes catalanes para un mundo global y complejo". Esa labor, a jucio del hispanista británico, no ha cuajado. "Los prejuicios han resurgido y se agita una postura constante de agravio que no es nada sana, porque hace olvidar los fallos domésticos. No todo nuestros problemas son culpa de los otros", remacha.

Estas convulsiones hispánicas pueden azuzar la inquietud por cursar estudios sobre nuestro pasado en el Reino Unido, que en los últimos año estaba de capa caída, al quedar nuestra historia homologada con el entorno europeo. La normalidad, en general, no despierta interés. "También va por modas. Hay muchas fluctuaciones. En los 70 y 80 había un deseo muy potente por conocer la historia de España, sobre todo la Guerra Civil. Pero es verdad que ahora ha decaído".

En Haciendo historia, Elliott analiza los efectos de los avances tecnológicos en el oficio de historiador. Por un lado, encuentra ventajas: "Mi generación se ha pasado años encerrada en archivos, tomando apuntes con pluma, palpando documentos empolvados... Ahora es infinitamente más fácil llegar a lo que buscas". Pero, por otro, también ve riesgos: "El contacto con aquellos papeles facilitaba meterte en el contexto de la época. Y la abundancia de información está provocando que muchos historiadores se pierdan en los detalles". ¿Entonces la producción historiográfica contemporánea es más endeble que la anterior? "No sé, veremos". Elliott no se pilla los dedos pero proyecta una sombra dudas sobre los métodos actuales de contar la historia. Él, fiel a su modus operandi tradicional, sigue esnifando los venerables ácaros residentes en los archivos medievales. El año que viene, Marcial Pons publicará su compilación de la correspondencia cruzada por el Conde Duque de Olivares y el Cardenal-Infante Fernando de Austria (hermano de Felipe IV). A sus 82 años, este hispanista enjuto y de amables ademanes no descansa. Mala noticia para los manipuladores de la historia. 

El PP ha fallado


¿Qué ha fallado en la estrategia catalana del PP?

23/10/2012TAGS  >
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El resultado de las elecciones gallegas -éxito del PP en su cuna histórica- blinda aRajoy ante las conspiraciones internas de su partido. No es poco. Pero todos los otros pasivos con los que salió de las elecciones de noviembre de 2011  siguen ahí e, incluso, han empeorado. Ya está claro que 2013 va a ser otro año de recesión y los problemas de la financiación de la deuda -aunque menores que el pasado julio, cuando los bonos tenían que pagar más del 7%- no se han resuelto y están pendientes del laberinto del rescate. Y el desenlace de las elecciones vascas ha sido un duro varapalo para los partidos constitucionalistas. El problema que tenía Rajoy con las nacionalidades históricas ha empeorado. En Euskadi se ha evitado lo peor, sólo porque PNV y PSE suman una mayoría absoluta que permite que Urkullu pueda evitar -si quiere- gobernar dependiendo de Bildu. En todo caso, la mayoría nacionalista existe y es fuerte (48 diputados sobre 75), y lo que pase en Barcelona tras las elecciones del 25 de noviembre puede rebotar en Vitoria.
En Cataluña todas las encuestas predicen o una mayoría absoluta de CiU, o una clara mayoría CiU-ERC con la exigencia común de la consulta. Y ello se debe en buena parte al fracaso de la  estrategia del PP respecto a CiU. La razón es el exceso de confianza. Rajoy y Alicia Sánchez Camacho pensaron que Artur Mastenía dos problemas serios: la falta de una mayoría absoluta para hacer aprobar serios recortes y la necesidad de dinero. Y que ambas cosas le forzarían al entendimiento con Madrid. Se trataba pues de ayudar a Mas a cambio de neutralizar su agenda nacionalista. Y, además, la líder del PPC adquiriría un protagonismo creciente (algo invasor) en la política catalana.
La idea de moderar a CiU ayudándole a suplir su falta de mayoría parlamentaria y los problemas de financiación era correcta, pero vetar la "agenda nacionalista" era forzar a Mas a renuncias que le podían hacer perder a su electorado o incitarle a la huida hacia adelante, que es lo que finalmente ha pasadoEra un análisis favorable al PP, pero bastante realista. El punto débil era que, si se abusaba, podía inclinar a Mas a la rebelión y la huida hacia adelanteEs lo que ha sucedido. Mas pensó que un tercer presupuesto de recortes, junto a una dependencia pública del PP y sin ningún triunfo nacionalista ante sus electores, podía llevarle a la ruina. Y decidió jugar a fondo la exigencia de un pacto fiscal bilateral, a la vasca. Sobre este punto había un amplio consenso en Catalunya tras el fracaso del Estatut y los incumplimientos en la financiación autonómica y en las inversiones del Estado en Catalunya. Y, si no se atendía la reivindicación del pacto fiscal,el terreno estaba libre para unas elecciones anticipadas en las que Mas no sería ya el presidente de los recortes sino el que exigía a España un trato fiscal justo.
Y así ha sucedido, con la salvedad de que la crisis, la radicalización nacionalista y las continuas negativas de los gobiernos de Madrid, comportaron una manifestación independentista de proporciones hace poco impensables el pasado 11 de setiembre. Las armas las carga el diablo y Mas estaba impelido a tomar riesgos elevados. O retroceder, con la posibilidad de ser arrollado por la ola de nacionalismo y malestar creada, o ponerse delante de la manifestación para ganar las elecciones. Ha elegido esta segunda vía y sus perspectivas electorales no son malas. Lo que pasa es que la desafección de Cataluña respecto a España, advertida por Montilla hace casi tres años, se ha multiplicado y el desenlace puede tener costes muy altos tanto para Cataluña como para España.
La idea de respaldar a Mas para moderarlo era correcta. Pero Rajoy y Alicia Sánchez Camacho fueron demasiado lejos. Primero hicieron una exhibición de fuerza -parlamentaria y financiera- que conducía a Mas a la sumisión o a la rebelión.  Y Mas, como Pujol, sabe arriesgar. Segundo, apostaron todo a la carta Mas y no trabajaron entendimientos limitados con otras fuerzas -la Unio de Duran Lleida en primer término pero también el PSC- que  dificultara a  Mas la estrategia rupturista.
Y quizás estos dos errores se deban tanto al “arrojo temerario” que genera la mayoría absoluta (aunque Rajoy no es Aznar) como a una falta de comprensión de la deriva que la colaboración con el Aznar de la mayoría absoluta, la posterior pérdida de la Generalitat tras las elecciones de 2003 y todo el proceso del Estatuthan provocado en una coalición, CiU, que hasta 2003 había tenido -programas máximos imaginarios al margen- una praxis autonomista.
El exceso de confianza de Rajoy y Alicia Sánchez Camacho en sus propias fuerzas -y en la debilidad del adversario- ha llevado a España y Cataluña al paso inmediatamente anteriora un peligroso enfrentamiento que no deparará ventajas para nadie. El riesgo ahora es que el exceso de confianza de Artur Mas y del independentismo, dopado por la Diada del 11 de setiembre, conduzcan a un punto en que la marcha atrás sea imposible. Para Mas y para Rajoy.