lunes, 21 de mayo de 2012

Cataluña centada en el Independentismo!!!!


El tren catalán hacia la independencia, de Félix Ovejero Lucas en El País

TRIBUNA
El pacto fiscal es para Artur Mas el primer paso hacia la emancipación
La política catalana no abusa de la sensatez. Para muestra, la de siempre. Según parece, estudiar también en la lengua común y mayoritaria de los catalanes –y de buena parte de los inmigrantes- divide a la ciudadanía. Según parece, no hace falta aprenderla en la escuela, porque es la que normalmente usan los catalanes y se aprende en la calle, lo que de paso demuestra, en una aportación impagable a la pedagogía universal, que todas las escuelas del mundo deberían cerrar, o al menos, prescindir de la enseñanza en la lengua de sus ciudadanos. Según parece, el bilingüismo, la docencia de unas asignaturas en una lengua y otras en otra, con todos los alumnos juntos en todas partes, rompe la cohesión y los invita al fratricidio. Según parece, hacemos política con la lengua cuando criticamos la política lingüística –repito, política—que regula la escuela, el comercio, las películas, el acceso al trabajo y todo lo que puedan imaginar. Lo dice un nacionalismo que ha hecho de la lengua el centro de su proyecto político.
Parece lo de costumbre, pero hay novedades. Y no son buenas. El gobierno catalán ha ahondado su estrategia del conflicto. En apenas un mes mostró su comprensión de la insumisión fiscal del ayuntamiento de Gerona y apoyó a los ayuntamientos que incumplían la ley de banderas, una ley que impide patrimonializar las instituciones por parte de sus circunstanciales gestores. Como remate la reivindicación de un Estado propio en el congreso convergente.
Con todo, la apuesta inmediata es otra: un pacto fiscal sostenido en una previa consulta popular. La idea viene de las autonómicas. Por entonces también se acuñó su retórica: si no se acepta, habrá “un choque de trenes entre Cataluña y España”. Mas claro, Mas en La Vanguardia: “si España no se mueve, habrá ruptura”.
No hay que engañarse. El pacto fiscal es el instrumento para la independencia, no la alternativa. Según Mas, es “la primera estación para la emancipación nacional”. El dilema entre la ruptura o el pacto fiscal no es un dilema, sino un entretanto para lo mismo. El entretanto pasa por una consulta popular que dibuja el perímetro de una unidad de soberanía. Mas sabe que ganaría la consulta, como ganaría en mi escalera una consulta en contra de pagar impuestos municipales o en Barcelona una a favor de no transferir riqueza al resto de Cataluña.
La estrategia ferroviaria parece clara. Pero, solo por conjeturar ¿Y si no nos apartamos? ¿Y si se aguanta el pulso y se recuerda el precio de las grandes palabras? El PP podría hacerlo. Tiene mayoría absoluta y, de momento, resulta imprescindible para gobernar en Cataluña. Además, la crisis debilita la estrategia de confrontación. Por varias razones. La primera, España es el único mercado seguro en estos tiempos de turbulencia. La segunda, los delirantes gastos en identidad resultan de mal digerir cuando se recorta en sanidad y educación. La tercera, mal le iría a las finanzas catalanas, a su deuda menesterosa, sin el respaldo del Estado, más exactamente, sin el esfuerzo de las comunidades fiscalmente saneadas.
Pero, en Cataluña, al PP ni está ni se le espera. Sea por compartir la estrategia ante la crisis, sea por aceptar el relato convergente de la realidad catalana, el caso es que parece bastarle con que le dejen asistir aunque sea para servir el catering—a los festejos de la vida política catalana. Algún día habrá que explicar ese comportamiento. Sea como sea, lo cierto es que apenas rechista. Comprende, acepta, y, sí acaso, sostiene que “ahora, con la crisis, no es el momento”.
Pero ¿y la izquierda? ¿y si la izquierda no se aparta? Sin subir el tono, sin entrar al trapo del enfático léxico nacionalista, o solo para aguar su cartón piedra, con las preguntas inaugurales sobre las ficciones nacionalistas que siempre se evitan. Incluso podría contraponer unas cuantas ideas. Argumentos no faltan, los de la igualdad, y, también, los de la eficacia. Basta con pensar, por no ir más allá, en las consecuencias de la política lingüística en el mercado de trabajo: no todos los españoles igualmente preparados pueden acceder en iguales condiciones en todas partes, una movilidad que, por cierto, ignora la reforma laboral. Y en bienestar también perdemos todos, en primer lugar, los catalanes: no tenemos los mejores médicos o docentes, sino, en todo caso, los mejores “entre los que superan las barreras lingüísticas”.
Y ¿qué pasa con los votos? También aquí las cosas han cambiado. La izquierda catalana se hunde. No hay nada que esperar ni, por tanto, que perder. Al PSOE ya no le sirve lo de siempre: ir a Cataluña a recaudar votos –o alianzas– para gobernar y despreocuparse de lo que estaba en juego. Se evitaba la disputa política, la discusión en serio del nacionalismo, quizá pensando que era mejor no andarse con complicaciones, cuando tan pocos votos separaban la victoria de la derrota. Se tributaba lo que pedían, sobre todo en identidad, y se volvía con los apoyos. Algo que también sucedía en la relación con el PSC cuyas amenazas operaban sobre idéntico paisaje de fondo: sus votos “eran necesarios”. En los últimos años, con ese cuento ha arrastrado al PSOE a apuestas que lo han dejado como lo han dejado, en los huesos, mientras, a la vez, parasitaba su marca. Ahora se apunta al pacto fiscal. Se confirma aquello de Ramón y Cajal: “hay tres tipos de ingratos: los que olvidan el favor, los que lo hacen pagar y los que se vengan”.
Si, por entretener la fantasía, sucediera que la izquierda recuperara la cordura, podemos conjeturar que pasaría. Por supuesto, los nacionalistas subirían el tono. Pero no hay que asustarse. Ya llevan tiempo en ello y, por lo demás, ya no pueden levantar mucho más la voz. Además, saben que, si se tensan las cosas, el primero en querer bajarse del tren será el pasaje. Pujol no lo ignora y de ahí su advertencia: “llegado el choque de trenes con España, nadie debería huir”. En septiembre pasado volvió sobre lo mismo en un artículo dirigido a “gente que se asusta”, en particular, a un amigo suyo, empresario, al que inquietaba la independencia. Interesante, al dinero le asusta la independencia.
Ese es el asunto. Y la baza. El problema de la independencia es el entretanto. Porque mientras el final es incierto y nadie sabe cómo le irá a él en particular, en lo inmediato cada cual está seguro de que algo, bien concreto, perderá: mercados, servicios y vida llevadera. No son tonterías. Esa es elección de los pasajeros: costes ciertos, inmediatos y particulares, frente a hipotéticos beneficios, sin plazo preciso y difusos en su reparto. No estaría de más que la izquierda se lo recordara a los ciudadanos. Si hay que hacer la pregunta última, se hace. Sin trámites intermedios como el pacto fiscal. Eso sí, con todos los datos sobre la mesa. El primero en querer evitar la colisión es el pasaje. Si ve que la vía no está franca, no sería raro que le pida al fanatizado maquinista que se detenga, que se apea. Ya lo ha hecho antes. Pero para eso alguien ha de recordar el precio de la frivolidad de los nacionalistas, decirles lo que nadie les ha dicho.
Félix Ovejero Lucas es profesor de Economía de la Universidad de Barcelona.

miércoles, 2 de mayo de 2012

El caso Millet a Fondo


"Necesitamos menos envoltorios y más cultura" 28/03/2012 11:04 Gemma Aguilera.- Jordi Panyella, periodista de referencia en el Avui, ha publicado ‘Fèlix Millet, el gran impostor. La trama secreta del expolio del Palau’ (Angle Editorial), un trabajo periodístico que plasma los detalles del expolio económico y fraude cultural más grave que ha sufrido Catalunya. --Ha obtenido mucha información de fuentes conocedoras de primera mano del caso Millet, pero explicas que estas fuentes no quieren desvelar su identidad. Aunque han pasado más de dos años desde que los Mossos d'Esquadra entraron en el Palau de la Música, ¿piensa que todavía hay miedo de hablar de Fèlix Millet? --A mí no me ha dado nada de miedo hacer este libro. En cambio, a la gente que ha estado cerca suyo, por debajo, al mismo nivel e incluso por encima, les da miedo identificarse cuando me cuentan cosas. Los que eran subordinados porque creen que Fèlix Millet todavía tiene poder de incidir. Los que están a su mismo nivel o por encima, es una estrategia de imagen, de evitar que se les vincule. Y aún hay otra versión, gente que da la cara pero para desmarcarse de ellas. Cuando a este grupo les he preguntado si habían tenido contacto con Fèlix Millet tras estallar el caso, todos me han dicho que hacía meses que no, que es un apestado. --A su entender, ¿Fèlix Millet todavía tiene poder? --No, rotundamente. --Fèlix Millet transmitió, durante las comparecencias ante el juez, una imagen de frivolidad que indignó a la sociedad. ¿Es consciente de la magnitud del fraude? --Él no tiene miedo, está descolocado porque no tiene la sensación de haber delinquido. Él tiene el convencimiento, y es cierto, que salvó el Palau de la Música. Cuando él se puso al frente, el Palau se caía a pedazos, y lo ha convertido en una joya. Si os paráis diez minutos delante del Palau veréis que es constante el goteo de turistas. Por lo tanto, él no tiene plena conciencia de haber delinquido, sí es consciente de que ha hecho cosas mal hechas, pero no le parece que sean delito. Y por tanto, sí considera que de una manera u otra ha sido tratado injustamente. Por eso no quería devolver la Cruz de Sant Jordi. --Durante mucho tiempo ha tenido la complicidad de las administraciones y de los mecenas. Y quizá también, en nombre de la cultura, ¿se han permitido más cosas que no se permitirían en un ámbito diferente? --Sí, es cierto. Yo he llegado a la conclusión de que se sabía lo que pasaba allí dentro, pero no en la medida en que pasaba, porque entonces se habría actuado de forma mucho más contundente. Pero el Palau es un símbolo, y eso descoloca a mucha gente cuando se hace público el caso. --Respecto de este expolio cultural, en el libro da a entender que la sociedad civil catalana y los representantes políticos tienen parte de responsabilidad por haber permitido que el robo se hubiera alargado tanto. ¿En qué sentido? --Necesitamos menos piedras y más cultura, menos envoltorios y más proyectos. La envoltura es fantástica, y lo digo no sólo por el Palau de la Música, sino también por las galas del cine catalán, por ejemplo. Pero detrás de esto, ¿qué cine tenemos, cómo se promociona la base del canto y de la música? La clase política está muy pendiente de la imagen, de qué dirán, y muy poco del contenido. Todo es muy vacío, tanto ellos como lo que genera su actividad. --¿Diría que Fèlix Millet es una persona culta? --Domina el saxo, pero como afición. Un hombre que representa la máxima cultura, no se le vio nunca en el Liceo, y tampoco pisaba el Auditorio, ni fue el Forum de las Culturas. Es decir, que su mundo era él, y el Palau en la medida que le servía para incrementar su capacidad de influencia y de poder. --El padre de Fèlix Millet fue un gran mecenas de la cultura. ¿Piensa, sin embargo, que el apellido ha quedado perjudicado para siempre? --El honor de la familia ha quedado bastante perjudicado. El caso Millet está muy presente todavía en conversaciones cotidianas, ha generado mucha indignación, y durará durante mucho tiempo. El apellido quedará marcado para siempre. --¿La sociedad civil ha perdido el respeto hacia el Palau de la Música? --La sociedad se ha de volcar en restituir el honor del Palau. Ahora hay mucho debate sobre si la actual dirección del Palau de la Música es la que corresponde o no, entre otras cosas por la ligazón que tiene Mariona Carulla con el pasado, y porque es una persona imputada penalmente por un tema fiscal. No deja de ser feo que una institución que ha sufrido tanto tenga ahora como presidenta a una persona imputada. La sociedad debe apoyar el Palau de la Música para garantizar su futuro. Lo que es evidente es que presidir el Palau da mucho poder e influencia, porque aun ahora hay una pugna por controlarlo. Y es que uno de los tótems de este país, junto con el FC Barcelona, es el Palau de la Música.

El caso Millet: Seis años de Carcel

El Palau pide seis años de cárcel para Millet y Montull por el caso del hotel (14/03) Millet.- Millet y Montull niegan de nuevo haber recibido comisiones por el hotel del Palau (17/12) Millet y Montull niegan de nuevo haber recibido comisiones por el hotel del Palau (17/12) Citan de nuevo a declarar a Millet y Montull por el caso del hotel del Palau (7/10) La juez cita a declarar por tercera vez a Millet y a Montull por el hotel del Palau (7/10) EcoTablet - ¡Gratis en App Store! La acusación popular del caso del hotel del Palau de la Música ha pedido siete años de cárcel para el expresidente de la institución Félix Millet y el exdirector administrativo Jordi Montull por delitos de apropiación indebida y tráfico de influencias, según el escrito acusatorio al que ha tenido acceso Europa Press. BARCELONA, 16 (EUROPA PRESS) Esta parte, conformada por la Asociación de Vecinos en defensa de Ciutat Vella y la Asociación de Vecinos del Casc Antic, considera que los exresponsables del Palau querían construir un hotel de lujo con la intención de obtener "un importante beneficio económico" de 3.606.072 euros con las plusvalías urbanísticas, aunque finalmente obtuvieron 900.000 euros, según ha informado este lunes Catalunya Radio. También ha pedido tres años para el exgerente de Urbanismo del Ayuntamiento de Barcelona Ramón García-Bragado; seis meses para el entonces teniente alcalde de Urbanismo Ramón Massaguer por delitos de prevaricación, tráfico de influencias y oferta de falsedad en documento público; tres años para el fue director jurídico de Urbanismo del consistorio barcelonés Enric Lambies por falsedad de documento público, y nueve meses para el arquitecto del proyecto Carles Díaz por tráfico de influencias.

martes, 1 de mayo de 2012

El Olvidado Caso Millet


El 'caso Millet' y sus coartadas JOSEP RAMONEDA 29 SEP 2009 Archivado en: Caso Millet Félix Millet Estafas Corrupción política Delitos económicos Corrupción Casos judiciales Delitos Política Justicia 0 Twittear 0 Enviar Compartir Enviar Imprimir "Convertir el dinero", para decirlo en palabras de Amin Maalouf, "en el criterio para cualquier respetabilidad, en el fundamento de cualquier poder, de cualquier jerarquía, hace trizas, a la postre, el tejido social". Creo que esta reflexión del último libro de Maalouf viene muy oportuna para el caso Millet. Si acudo a una cita de un escritor libanés es para sacar de entrada el debate de las neurósis idiosincrásicas que tantas energías consumen en Cataluña. Porque el cultivo en el que ha crecido el virus Millet puede tener sus claves locales, pero en lo esencial no es muy distinto de esta conversión del dinero en valor dominante que está produciendo efectos devastadores en los lugares más dispersos. El discurso identitario es a veces tan obsesivo que incluso en la criminalidad se busca la diferencia, lo que conduce a veces a autoflagelaciones ridículas. Puede que sea cierto que el caso Millet simboliza el final del poder de unas familias que tenían una concepción bastante patrimonial del país, pero tengo la sensación de que estas familias hace ya mucho tiempo que están amortizadas. La envergadura de la estafa y la negligencia de las instituciones hacen obligado que se investiguen todos los hilos del caso El caso Millet es uno de tantos ejemplos del abuso de poder (que es para mí la definición del mal). Personajes que colocados en posiciones de dominio e influencia actúan como Millet los hay en todas partes, sin distinción de clase, ideología o creencia. Naturalmente, son más frecuentes en las clases altas porque tocan más poder que los demás, por tanto tienen más oportunidades. Pero los recién llegados al poder y al dinero no son forzosamente mejores que los de toda la vida. En fin, basta mirar estos días a la Comunidad Valenciana para saber de las consecuencias del ejercicio del poder desde la impunidad. Porque el elemento común en estos casos es creerse impune. Y es aquí donde es posible que el caldo ideológico de las élites catalanas haya podido intervenir. Siempre que se decreta un bien absoluto y prioritario -en este caso hacer patria- hay gente dispuesta a sacar beneficio de ello. Con estos materiales y con su sistema de relaciones personales construyó Millet el parapeto detrás del cual sentía que todo le estaba permitido. El poder simbólico del Palau de la Música hace que el caso Millet sea visto como algo más que una estafa. Es una profanación de un icono del país, de la música y de la cultura. Los fallos en los sistemas de control social y político han venido a reforzar la desconfianza en las instituciones: llueve sobre mojado. Algún distinguido periodista de Madrid, José Antonio Zarzalejos, por ejemplo, ha aprovechado para convertir este caso en la prueba del carácter anacrónico y alejado de la realidad del nacionalismo catalán. Nunca he ocultado mi nulo apego a los nacionalismos de cualquier especie, pero no creo que tengan la exclusiva de la impunidad. Y desde luego, el nacionalismo español no parece ni más moderno ni menos propenso a servir de tapadera de negocios que el catalán. Aunque sólo fuera por el tamaño. Y sin embargo, creo que seguir por la línea de la sociología de lo patriótico no sólo es equivocado, sino también el mejor camino para que este caso nunca se esclarezca del todo. Con suma facilidad se pasa del caldo de cultivo a la responsabilidad colectiva, que es la mejor garantía de que nadie sea responsable. Está muy bien decir que la sociedad debe ser más exigente y más atenta, y que un proyecto de sociedad más abierta, menos endogámica, tendría más defensas contra este tipo de acciones. Pero se empieza flagelándose colectivamente y se acaba acotando las responsabilidades al mínimo número de personas para no provocar el desánimo nacional y el desprestigio del país. Cualquier hecho delictivo tiene responsables con nombres y apellidos. La responsabilidad penal colectiva no existe. Las responsabilidades son individuales. Hay elementos para pensar que se trataba de una trama familiar -la familia que roba unida permanece unida- y que todo quedó en casa. Pero ante la envergadura de la estafa y ante la negligencia de las instituciones es inevitable la sospecha. Por eso hay que confiar en que la investigación tire de todos los hilos del caso y busque hasta el último rincón, aunque éste pueda llevar al omnipresente cáncer de la financiación de partidos o a gente con presunción de intocable. Si la coartada patriótica no puede aceptarse como explicación de lo que ocurrió, tampoco podemos permitir que sirva para ocultar potenciales terminales de esta espectacular estafa. De lo contrario, será el tejido social entero el que saldrá dañado.

El caso Millet


El caso Cataluña Por José María Albert de Paco Hará unos 20 años. Paco Ibáñez actuaba en el Palau de la Música Catalana y traté de hacerme con una localidad de última hora. La taquillera, una señora que parecía hacer calceta, me dijo que estaba todo agotado. Vagué por el vestíbulo con la sola intención de exponer mi desconsuelo a una improbable reventa. A los diez minutos, ya convencido de que no habría forma de pisar la platea, me dirigí a la salida y vi que se había formado un molinillo de gente. Al lado de la puerta, nuestra calcetera ofrecía a quienes carecíamos de localidad una especie de pase de tapadillo que consistía en un folleto publicitario en el que alguien había escrito la leyenda "Detrás escenario". (La servilleta de Messi, ya ven, tiene precedentes de lo más variopinto). Se trataba, huelga decirlo, de un ticket que nos habría de brindar la oportunidad de ver el concierto desde el fondo del escenario, con Paco Ibáñez dándonos la espalda. También el precio parecía improvisado: 800 pesetas. Junto con la entrada nos dieron una silla de tijera con la que fuimos cargando hasta llegar, como un perfecto hatajo de deportados, al escenario. Una vez que terminé la lectura de Música celestial, el colosal reportaje de Manuel Trallero sobre el falso caso Palau, no pude por menos de preguntarme quién demonios habría garabateado aquel "Detrás escenario" y, sobre todo, quién se habría quedado con aquellas 40.000 pesetas (los de la silla de tijera éramos unos sesenta) que no debieron de figurar en ningún registro contable. ¿Rosa Garicano?, ¿Gemma Montull?, ¿acaso el propio Millet? No crean que exagero, no. El relato de Trallero sobre los hechos del Palau (los otros hechos del Palau) da para aventurar cualquier hipótesis, por desaforada que ésta sea. Sabíamos, ciertamente, que Fèlix Millet y Jordi Montull habían saqueado el Palau de la Música. Lo que estaba por escribir (y estábamos aviados si esperábamos que algún diario se ocupara de ello) era el modo como se produjo el saqueo. No me refiero al modus operandi, no; tal como el autor expone con no menos sorna que melancolía: Sólo una hemorragia de imaginación puede hacernos creer que se trata [Millet] del Madoff catalán. Se parecen como un huevo a una castaña. No hay ingeniería financiera ni mucho menos, ni rastro de glamour, sólo caspa y moscas. La gomina marbellí o levantina se sustituye por los condones a cargo del Palau o por llevarse [Montull] el papel higiénico de los establecimientos colindantes. Eran unos hijos de la miseria. Con el cómo me refiero, exactamente, al caldo de cultivo que propició el expolio, a la madeja de omertà y servidumbres que, parapetadas en eufemismos como seny o nación, habrían de desembocar en la costumbre del pillaje. En este sentido, Trallero presenta a Fèlix Millet i Tusell como el continuador de una tradición familiar que arranca a finales del siglo XIX con Lluís Millet i Pagès (tío abuelo de nuestro Millet y fundador del Orfeó Català, entidad que tiene por sede el propio Palau), que dotó de un profundo sentido patrimonialista al cargo de director del Palau. Tanto es así que llegó a fijar su vivienda en un altillo, encima del escenario. (Metáforas, ya ven, las justas). El caso es que los límites entre familia, patria e institución se fueron haciendo cada vez más imprecisos hasta confundirse en un totum revolutum. Esa identificación (la misma clase de identificación sobre la que se fundó el pujolismo) obró en la mal llamada sociedad civil catalana una suerte de suspensión de la incredulidad frente al delito. Ello también fue posible, claro está, gracias a que participó del delito. Música celestial, en efecto, deja en muy mal lugar a casi un centenar de vips locales (al menos una cincuentena son perfectamente reconocibles para el lector medio). Entre ellos se cuentan columnistas, políticos, leguleyos y empresarios que jamás oyeron ni vieron nada. Patricios como Mariona Carulla, actual presidenta de la Fundación Orfeó-Palau, y que estuvo quince años desempeñando el cargo de vicepresidenta sin que nada le hiciera recelar de Millet; Eugeni Giralt Balletbó, hijo de la exdiputada Anna Balletbó, que optó a la concesión del hotel del Palau, proyecto por el que fue imputado el ex teniente de alcalde socialista Ramón García Bragado; Daniel Osàcar, extesorero de Convergència Democràtica de Catalunya, imputado como responsable de la presunta trama de financiación ilegal de la formación nacionalista; Àngel Colom, fundador del Partit per la Independència, citado a declarar como partícipe lucrativo del caso... Las salpicaduras alcanzan a todas las tribus, familias y comanditas del who is who catalán. También al PP; no en vano fue el Gobierno de Aznar el que destinó 12,6 millones de euros a las obras de reforma del Palau. El pasaje en que Millet cuenta cómo cazó esa subvención, con Aznar al pie de las escalinatas del Palau ("Félix, ¿en qué te puedo ayudar?"), ilustra perfectamente el enorme poder que llegó a atesorar el personaje. "Millet cuenta... ", sí; Trallero es, probablemente, el único periodista que se ha tomado la molestia de interrogar a Millet. A Millet y, ni que decir tiene, a la mayoría de los actores del retablo, incluida la galería de secundarios (contables, secretarias, asesores varios, etc.) que componían la corte de palacio, y por quienes sabremos del Millet menos expuesto al foco, esto es, al huraño que atizaba la desconfianza entre empleados, al alcohólico al que las tardes se le venían encima con demasiada frecuencia, al galán que gustaba de coquetear con las empleadas (acosar, dicen algunos testimonios). El hecho de que los subordinados apenas mostraran reparos se debe, en parte, a que también ellos vivieron amarrados a esa inmensa ubre que fue el Palau en tiempos de Millet. La documentación que a este respecto aporta Trallero refleja que cualquier administrativo de medio pelo recibía 4.000 euros mensuales, y que los sobresueldos, sobres y comisiones estaban a la orden del día; gentes que en el sector privado (el de verdad, quiero decir) difícilmente habrían levantado mil euros, en el Palau se lo llevaron crudo. La inequívoca transversalidad del desfalco y la evidencia de que se trató de una obra coral mueven a Trallero a negar la existencia de un caso Millet, en lo que constituye la tesis vertebral de una obra que en ocasiones parece una ópera bufa y en otras una película de terror. Que su repercusión esté siendo más bien ínfima no es menos terrorífico que los hechos que denuncia; de hecho, el vacío mediático que acompaña a Música celestial desde que fuera publicada no es sino el obvio correlato de la omertà y servidumbres que el propio reportaje denuncia.