martes, 18 de septiembre de 2018

Almacenes Simeón

Almacenes Simeón

En 1931, el imperio fundado por Simeón García seis décadas atrás se hallaba en plena expansión. Sus herederos habían conquistado las principales ciudades gallegas y ocupado plazas exteriores como Oviedo, Santander, Madrid o Bilbao.


A Vigo llegó la primera avanzadilla en 1885, enrolada como socio comanditario en la firma Castro y Compañía, y se consolidó en 1911 con la apertura de su emblemático establecimiento de la Porta do Sol. Un palacio comercial que ahora contemplan, maravillados, don Néstor y doña Clotilde.
En cuanto traspasan la puerta del Hotel Moderno donde se alojan, los dos indianos evalúan la transformación experimentada por el espacio urbano en sus treinta años de ausencia. Sigue en pie el edificio que alberga a La Villa de París, pero ahora flanqueado por otras magníficas edificaciones. A un lado, un repóquer de casonas que incluye los edificios de Pardo Labarta y la casa de Ledo. Y del otro, apenas separado de La Villa de París por la angosta calle del Doctor Cadaval, el majestuoso edificio de los Almacenes Simeón. Un conjunto de siete joyas arquitectónicas, diseñadas todas ellas por Jenaro de la Fuente Domínguez, con la salvedad parcial del edificio Simeón, proyectado por los hermanos Benito y Manuel Gómez Román, pero ampliado y remozado en 1930 también por Jenaro de la Fuente.
ATMÓSFERA PARISINA
En la Porta do Sol se respiran aires parisinos. La huella francesa se percibe en el estilo ecléctico de las edificaciones, pero se hace aún más evidente en la nomenclatura de los establecimientos comerciales que se apiñan en la plaza. Además de La Villa de París, abundan los nombres de origen galo: los almacenes Maison de Blanc, el hostal Petit Fornos, la tienda de alta costura El Louvre o el salón de belleza La Maison de la Coiffure, donde un cartel anuncia que «on parle français».
Impronta francesa también en los Almacenes Simeón, como constatan don Néstor y doña Clotilde en cuanto penetran en la «catedral del comercio gallego», definición que aquellos días les adjudicaba El Pueblo Gallego. Al matrimonio lo recibe el gerente del establecimiento, Darío Sáez Sáenz-Díez, afable guía ligado a la casa desde que su hermano Acisclo contrajo matrimonio con una hija del fundador del imperio. El encuentro tiene lugar en el imponente salón de la entrada, abrazado en su parte superior por galerías ribeteadas con artísticas barandillas. Toda la decoración, forjada en espléndidas cristalerías y madera de roble y caoba, recuerda «un estilo afrancesado, Luis XIV», dice la prensa. Haces de luz, disparados por varios proyectores hacia la techumbre, resaltaban la magnificencia del local. El refinamiento del comercio, dice el anfitrión y asienten los visitantes, no le va a la zaga del que hacen gala los almacenes El Siglo, de Barcelona, o Printemps, de París.
Barcelona y Alcoy son los principales centros proveedores de telas para los Almacenes Simeón, pero la casa se surte también en Mánchester, Londres, La Rioja y diversas zonas de Francia. Tenemos, se jacta Sáez, «lo mejor de cada nación».
Dispone el establecimiento vigués de noventa empleados -el grupo cuenta, a esas alturas, con una plantilla de casi un millar de personas-, que en ese momento se afanan en atender a un grupo de ingenieros japoneses, interesados en el funcionamiento de una máquina. Estalla entonces una carcajada general y Darío Sáez, solícito, explica a don Néstor y a doña Clotilde lo que acaba de suceder: «Dice uno de los ingenieros, con la sobriedad expresiva de un inglés, que ha sentido tentación de preguntar a una de las máquinas hiladoras: ¿No siente usted fatigado su cerebro por su complicada labor?».
EL FUNDADOR DEL IMPERIO
Ahora son los indianos quienes se interesan por conocer la maquinaria humana que gestó el imperio. La génesis del grupo, explica Darío Sáez, tiene nombre propio: el de Simeón García Olalla de la Riva. Procedía de la villa riojana de Ortigosa de Cameros y llegó a Santiago de Compostela en 1835 a trabajar de dependiente. Tenía doce años de edad. Al cumplir los veintidós había ahorrado 13.000 reales y entraba como socio minoritario en la firma Jorge de la Riva y García, dedicada a la comercialización de productos textiles al por mayor. Dos décadas después se convirtió en propietario único de la compañía.
En 1872, junto con dos empleados, constituye la empresa matriz del futuro emporio. Nace Simeón García y Compañía, con sede en Santiago de Compostela, que tiene por objeto social «la compra y venta de toda clase de tejidos del Reino y extranjeros». Comienza la conquista de la Galicia urbana, siguiendo una estrategia que pasa por establecer en cada ciudad alianzas con los empresarios locales: Ourense (1879), Vilagarcía (1882), A Coruña (1884)... En 1885, tres años antes de su muerte, Simeón García coloca un pie en Vigo y se convierte en socio comanditario de la firma Castro y Compañía. El fundador fallece a los 65 años, pero la expansión continúa. Primero su viuda, Juana Blanco Navarrete, y después sus hijos -Jacobo, Manuel, Timoteo e Isabel-, capitanean nuevas incursiones por el territorio español: Oviedo, Santander, Ferrol, Pontevedra, Lugo, Madrid, Sarria, Bilbao...
LA CATEDRAL DEL COMERCIO
A la conquista de Vigo destina Hijos de Simeón García a uno de sus generales más avezados: Acisclo Sáez Sáenz-Díez. También camerano y yerno del fundador, se propone crear, con el concurso de sus hermanos, los primeros grandes almacenes de la ciudad olívica. Adquieren para tal fin el teatro Rosalía de Castro, que atravesaba graves dificultades financieras, pero desisten del empeño ante el revuelo causado en la ciudad. Revenden el inmueble al filántropo José García Barbón y, a cambio, el Ayuntamiento les proporciona un terreno en la Porta do Sol. Y será en este solar, antes escenario del tradicional mercado que don Néstor y doña Clotilde retienen en la memoria, donde se pusieron los cimientos de la «catedral del comercio gallego». Un templo que, a decir de El Pueblo Gallego, ofrece todo «cuanto pueda adquirirse en la opulencia parisina o neoyorquina», incluidas pieles raras, encajes que semejan bordados de espuma, damascos orientales o telas fastuosas de novísima creación.

La Familia García Nieto Cede La Calle al Ayuntamiento

El callejero de Barcelona cuenta desde 1890 con una céntrica vía dedicada a Ortigosa

VÍCTOR SOTO
La respuesta se haya en el lejano final del siglo XIX cuando lo que hoy es una calle no era mas que un terreno sin urbanizar. En ese lugar se quería construir un acceso a la recién creada Vía Layetana. El terreno pertenecía a una opulenta familia que cedió la propiedad tras una negociación que incluyo el que la nueva calle fuera bautizada con un nombre escogido por la familia.

Esa costumbre era muy habitual en la época, lo que lleno el nomenclátor con numerosos apellidos sin relevancia histórica. El caso que nos ocupa fue diferente, los propietarios eran la viuda e hijos del dueño del Banco Simeón (Hoy Caixa Geral) un empresario textil llamado Simeón Gárcia de la Riva, fallecido en 1889 al que su familia decidió homenajear poniendo el nombre del pueblo en el que había nacido, consiguiendo así que la 
Logroño. Al lujoso Palacio de la Música de Barcelona (el 'Palau' o el 'Orfeó', en catalán) se llegaba durante muchos años tras atravesar Cameros. No era la sierra riojana, ni mucho menos, sino una pequeña y céntrica vía que rodeaba el centro de los placeres mundanos de la pudiente burguesía catalana. La calle desembocaba, al norte, en la de Ortigosa, dejando dos portales ubicados en la confluencia de Ortigosa y Cameros. Demasiadas casualidades para un callejero tan estructurado como el de Barcelona.
Pero todo tiene su explicación. En 1890, en pleno desarrollo urbano de la ciudad condal, el Ayuntamiento necesitaba unos terrenos para dar paso a la recién construida vía Layetana y a la calle Trafalgar. Y esos predios pertenecían a la familia de Simeón García de Olalla y de la Riva (él omitía siempre su primer apellido), un ortigosano que había fallecido el año anterior.



A los 12 años, en 1845, García de la Riva había emigrado a Galicia desde su Ortigosa natal. Santiago de Compostela era, en esa época, imán para cameranos que se convirtieron en los motores de la industria y la economía de la región. Acogido por unos familiares, comenzó a trabajar en un comercio de la ciudad. Pero sus inquietudes saltaron pronto el mostrador. A los 22 años, tras el fallecimiento de su hermano Timoteo y con el dinero ahorrado después de mucho esfuerzo, entró a formar parte de la compañía Jorge de la Riva y García, sociedad dedicada a la compra de géneros textiles. Fue el primer paso de una larga carrera. Simeón García arriesgó en momentos difíciles y, en 1866, se hizo con todo el negocio, como recoge la investigadora María Jesús Facal en 'Los orígenes del Banco Simeón'.
El negocio de paños compostelano fue creciendo y abriéndose a toda Galicia, bajo la batuta del ortigosano, siempre dispuesto a innovar y a asociarse con más empresarios para avivar la llama del comercio. Así, las ramas del negocio comienzan a llegar a Alcoy y, hacia Barcelona, en 1877. Pero, al mismo tiempo, el riojano también fue dando forma a una banca privada, algo común a finales del siglo XIX. Simeón García de la Riva y su esposa, Juana Blanco Navarrete, habían empezado un negocio que iba a prolongarse más de un siglo, sumando generaciones (hasta cinco) y diversificando riesgos. Ya no sólo se trataba de vender paños, fabricarlos o exportarlos, ni de recibir y prestar dinero. También entraron en el mundo de la alimentación, el agua, la hostelería, la venta al por menor...
Negocios múltiples
Juana Blanco, a la muerte de su marido, se puso junto a sus hijos al frente de los negocios (múltiples y casi siempre con distintos asociados, muchos de ellos también de origen riojano como había sido Jorge de la Riva o catalanes, como José Nieto). Los Almacenes Simeón de Madrid se abrieron en 1923 convirtiéndose en el primer negocio de ese tipo en España, copiando modelos anglosajones. Bajo ese nombre, pero años después, llegarían a Logroño, donde perduraron en la calle Portales hasta 1986 aportando elitismo a una ciudad de provincias. También el Banco Simeón, después de un imponente desarrollo, acabó en el Banco Exterior después de la intervención de la empresa matriz Hijos de Simeón García.
Fueron los estertores de una empresa centenaria y que siempre mantuvo una enorme devoción por su creador, un hombre avezado para los negocios y solidario con sus vecinos de Ortigosa, tierra que añoraba. Esa querencia fue la que, en 1890, llevó a su esposa y a sus hijos a acordar, tras una dura negociación, a incluir la cláusula de 'bautismo' de las calles en el contrato de cesión de los terrenos. El Ayuntamiento de Barcelona aceptó. Una se llamaría Ortigosa de Cameros (el Consistorio decidió recortarlo a Ortigosa) y la otra, Cameros.
El compromiso se rompió en 1940 cuando la Corporación surgida del franquismo sustituyó el nombre de la sierra por el del músico catalán Amadeo Vives, autor de zarzuelas como Doña Francisquita, lo que no sentó nada bien a la familia García. Pero protestar no estaba permitido.
Pese a todo, 126 años después, Ortigosa sigue luciendo en el callejero barcelonés y exhibiendo en sus aceras algunos retales de la historia industrial de la ciudad, como los preciosos almacenes modernistas de Serra Balet o los detalles del vuelo del zepelín Graf sobre Barcelona, en 1929, un relieve obra de Sixte Illescas. Guiños de una historia construida por el amor de un emigrante hacia su pueblo.
La calle Ortigosa se encuentra en un lugar privilegiado. Esta a tan solo unos metros de las plazas de Catalunya y Urquinaona y a unos pasos del famoso Palau de la Música . El nombre de la calle proviene de Ortigosa de Cameros, una localidad riojana que apenas supera los trescientos lugareños y que no llegaba a los 30 habitantes censados cuando recibió el homenaje callejero en 1890.
Ortigosa de Cameros se localiza en un enclave rodeado de montes al sur de la provincia de Logroño. Tiene una presa que data de los tiempos de la II República y unas cuevas con grutas espectaculares. A diferencia de otras localidades pequeñas del nomenclator como Caspe, Vergara o Bailen carece de hechos relevantes históricos, así que cuesta de imaginar que llevó a una población tan pequeña a tener una situación tan privilegiada en el callejero barcelonés.